Tras Arthura (Fragmento)
—¿Qué día es
hoy? —preguntó Jenny.
—Yo preguntaría
por el año —respondió Mark.
A pesar de la
espesura del bosque, nos abrimos espacio fácilmente apartando las ramas de los
arbustos con las manos. Aunque no eran los dominios de Foresta porque ella
vivía al otro lado del portal, habíamos aprendido algo nuevo: que a la
naturaleza la debíamos de respetar a pesar de todo; porque, sea que
estuviéramos en Fantasía o en cualquier parte, existe un espíritu de vida
dentro de cada árbol, de cada piedra..., de todo.
—Si estuvimos en
Fantasía un año, es posible que aquí también haya pasado solo un año —dije.
Pero Mark me
recordó lo que mencionó el Elfo:
—Al otro lado,
los años corren más aprisa... Eso quiere decir que aquí ha pasado menos de un
año.
—Si Steward
pudiera vernos ahora, creo que no nos reconocería —dijo Jenny sonriendo—. Mírense
a ustedes mismos, con esa melena parecen rockeros... Bueno, aunque yo también
me veo diferente —se miró para abajo, deslizando la vista sobre su vestimenta—.
Definitivamente no sabría quién soy... Quisiera que nuestro padre te viera
—dijo, dirigiéndose a Alana.
—¿Si, por qué?
—respondió ella.
—Bueno, porque
él no cree en ustedes; ya sabes, en elfos..., en hadas.
—No lo culpo,
mucha gente no cree en nosotros —dijo Alana—. Los problemas de sus vidas los
han hecho así... Muchos no pueden creer en lo que no ven.
—Pero si los
pudiera ver, creería como yo —intervino Mark—. Yo tampoco creía ya en ustedes,
pero después... —Mark sonrió.
Nos detuvimos
bajo la sombra de un roble para descansar unos minutos, pues llevábamos varias
horas en medio del frondoso bosque. Algunas raíces brotaban del suelo y
formaban un círculo; nos sentamos en ellas y sacamos de los morrales algo de
comida. Alana miró en su entorno, y dijo:
—Tengo la
impresión de haber estado aquí, estoy segura de eso.
Las hojas y las
ramas de los árboles del entorno se movieron como si un viento pasara entre
ellos.
—Está dentro de
ti —sonó la voz de un hombre—. Quizá estuviste aquí antes.
Mark dejó de
comer, meneó los ojos de lado a lado, y preguntó con duda:
—¿Escucharon
eso, o fue mi imaginación?
—También yo lo
oí —respondí.
Todos nos
pusimos de pie, y, aunque fue repentina la visita, no nos pareció amenazadora
porque, de haber sido así, habríamos desenfundado las armas y puesto a la
defensiva de inmediato.
—Daniel...,
Jenny..., Mark, ¿tan pronto me han olvidado? —dijo el anciano que salió de
entre los matorrales.
—¿Abuelo? —brotó
de los labios de Jenny, el nombre que vino a mi mente cuando vi al hombre—.
¿Abuelo Than, eres tú? —preguntó asombrada.
El abuelo Jonathan
sonrió y se acercó lentamente con los brazos abiertos. Jenny corrió a su
encuentro tan pronto como su mente terminó de asimilar aquel espectacular hecho
de encontrárnoslo, después de saberlo muerto por mucho tiempo. Apuré el paso
para alcanzarlos. Mark se quedó inmóvil observando nada más. Al llegar donde
nos esperaba, nos cogió entre sus brazos con alegría.
—¿Cómo es
posible...? —la emoción no me permitió terminar la pregunta.
—Te creí muerto,
abuelito —dijo Jenny, riendo y llorando al mismo tiempo.
Abuelo Jonathan
levantó la vista y nos soltó de sus brazos, y caminó a donde estaba Mark. —¿Y
tú..., no te alegras de verme? —preguntó a Mark.
Mark se encogió
de hombros, bajó la mirada. El abuelo abrió nuevamente los brazos mientras le
sonreía.
—Ven, Mark —dijo
afable.
Mark vaciló,
pero un segundo después, se abrazaban fuertemente. Habría jurado que unas
lágrimas rodaban por los carrillos de mi hermano.
Ellos se
separaron. Abuelo puso sus manos en el rostro de Mark y con sus pulgares limpió
las lágrimas en tanto le sonreía. Mark sonrió también y terminó de limpiarse
disimuladamente la cara con los mechones de su largo cabello.
—Reina Alana
—dijo abuelo Jonathan dirigiendo sus ojos grises a ella—. Te conocí hace mucho,
cuando apenas alcanzabas el tamaño de mi antebrazo... La pequeña princesa, hija
del rey Berdic de Khenarda, de los bosques de Garethwood.
—¿Cómo sabes
todo eso de mí? —preguntó Alana, intrigada.
Yo también quedé
sorprendido, aunque ya nada debía hacerlo, por el hecho de que mi abuelo
supiera esas cosas.
—Vengan, hay
mucho que contar, mis queridos nietos. —Abuelo Jonathan se sentó en una gruesa
raíz, y nosotros alrededor de él—. Hubo algo que su padre no sabía, y es que
somos parte de un largo linaje de descendientes de la época en la que ambos
mundos estuvieron mezclados. Pero empezaré desde el principio: Hace siglos, un
mago blanco llamado Merlín forjó una espada que, según la mitología, se llamaba
Excálibur, aunque su verdadero nombre ustedes ya conocen... —«Arthura», dijimos
a la vez como un trío de escolares recitando una lección—. Exacto. Arthura le
dio el reino de la antigua Sajonia, la primera Inglaterra, a un hombre
destinado para tal efecto. Arturo, cuyo nombre proviene de la poderosa espada,
luchó contra las bestias creadas por los Magos Oscuros con la ayuda de sus
caballeros, y logró derrotarlas... Pero, Arturo y sus valientes, no pudieron
cumplir su cometido del todo porque, en ese instante, ambos mundos fueron
separados. —Abuelo Jonathan aclaró la voz, y continuó, encogiendo los ojos y
frunciendo el entrecejo, como cuando nos contaba sus historias hace años—: Una
vez separados los dos mundos, los magos perdieron casi todos sus poderes aquí.
Después de la muerte del legendario rey, y a través de engaños, los magos
oscuros se apropiaron de la espada, quitándosela a la ninfa que la cuidaba, y
la escondieron en nuestro lado del portal, donde nadie de Fantasía podría venir
para buscarla. Ellos trataron de evitar que Arturo, o alguno de sus
descendientes, pasaran a Fantasía porque entre nosotros estaba el elegido que
los destruiría. Con el tiempo, la historia fue olvidada convirtiéndose
únicamente en una leyenda. Si bien nadie sabe esta verdad, los descendientes de
aquel rey sí la sabemos... Aunque para nuestra desgracia, algunos de nosotros
dejamos de creer. Tu padre nunca creyó en Arthura y en el hombre que la arrancó
de la roca para convertirse en rey. Él desconoce esta verdad.
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