miércoles, 27 de diciembre de 2017

Capítulo Doce

Tras Arthura (Fragmento)


—¿Qué día es hoy? —preguntó Jenny.
—Yo preguntaría por el año —respondió Mark.
A pesar de la espesura del bosque, nos abrimos espacio fácilmente apartando las ramas de los arbustos con las manos. Aunque no eran los dominios de Foresta porque ella vivía al otro lado del portal, habíamos aprendido algo nuevo: que a la naturaleza la debíamos de respetar a pesar de todo; porque, sea que estuviéramos en Fantasía o en cualquier parte, existe un espíritu de vida dentro de cada árbol, de cada piedra..., de todo.
—Si estuvimos en Fantasía un año, es posible que aquí también haya pasado solo un año —dije.
Pero Mark me recordó lo que mencionó el Elfo: 
—Al otro lado, los años corren más aprisa... Eso quiere decir que aquí ha pasado menos de un año.
—Si Steward pudiera vernos ahora, creo que no nos reconocería —dijo Jenny sonriendo—. Mírense a ustedes mismos, con esa melena parecen rockeros... Bueno, aunque yo también me veo diferente —se miró para abajo, deslizando la vista sobre su vestimenta—. Definitivamente no sabría quién soy... Quisiera que nuestro padre te viera —dijo, dirigiéndose a Alana.
—¿Si, por qué? —respondió ella.
—Bueno, porque él no cree en ustedes; ya sabes, en elfos..., en hadas. 
—No lo culpo, mucha gente no cree en nosotros —dijo Alana—. Los problemas de sus vidas los han hecho así... Muchos no pueden creer en lo que no ven.
—Pero si los pudiera ver, creería como yo —intervino Mark—. Yo tampoco creía ya en ustedes, pero después... —Mark sonrió.
Nos detuvimos bajo la sombra de un roble para descansar unos minutos, pues llevábamos varias horas en medio del frondoso bosque. Algunas raíces brotaban del suelo y formaban un círculo; nos sentamos en ellas y sacamos de los morrales algo de comida. Alana miró en su entorno, y dijo:
—Tengo la impresión de haber estado aquí, estoy segura de eso.
Las hojas y las ramas de los árboles del entorno se movieron como si un viento pasara entre ellos.
—Está dentro de ti —sonó la voz de un hombre—. Quizá estuviste aquí antes.
Mark dejó de comer, meneó los ojos de lado a lado, y preguntó con duda:
—¿Escucharon eso, o fue mi imaginación?
—También yo lo oí —respondí.
Todos nos pusimos de pie, y, aunque fue repentina la visita, no nos pareció amenazadora porque, de haber sido así, habríamos desenfundado las armas y puesto a la defensiva de inmediato.
—Daniel..., Jenny..., Mark, ¿tan pronto me han olvidado? —dijo el anciano que salió de entre los matorrales.
—¿Abuelo? —brotó de los labios de Jenny, el nombre que vino a mi mente cuando vi al hombre—. ¿Abuelo Than, eres tú? —preguntó asombrada.
El abuelo Jonathan sonrió y se acercó lentamente con los brazos abiertos. Jenny corrió a su encuentro tan pronto como su mente terminó de asimilar aquel espectacular hecho de encontrárnoslo, después de saberlo muerto por mucho tiempo. Apuré el paso para alcanzarlos. Mark se quedó inmóvil observando nada más. Al llegar donde nos esperaba, nos cogió entre sus brazos con alegría.
—¿Cómo es posible...? —la emoción no me permitió terminar la pregunta.
—Te creí muerto, abuelito —dijo Jenny, riendo y llorando al mismo tiempo.
Abuelo Jonathan levantó la vista y nos soltó de sus brazos, y caminó a donde estaba Mark. —¿Y tú..., no te alegras de verme? —preguntó a Mark.
Mark se encogió de hombros, bajó la mirada. El abuelo abrió nuevamente los brazos mientras le sonreía.
—Ven, Mark —dijo afable.
Mark vaciló, pero un segundo después, se abrazaban fuertemente. Habría jurado que unas lágrimas rodaban por los carrillos de mi hermano. 
Ellos se separaron. Abuelo puso sus manos en el rostro de Mark y con sus pulgares limpió las lágrimas en tanto le sonreía. Mark sonrió también y terminó de limpiarse disimuladamente la cara con los mechones de su largo cabello.
—Reina Alana —dijo abuelo Jonathan dirigiendo sus ojos grises a ella—. Te conocí hace mucho, cuando apenas alcanzabas el tamaño de mi antebrazo... La pequeña princesa, hija del rey Berdic de Khenarda, de los bosques de Garethwood.
—¿Cómo sabes todo eso de mí? —preguntó Alana, intrigada.
Yo también quedé sorprendido, aunque ya nada debía hacerlo, por el hecho de que mi abuelo supiera esas cosas. 

—Vengan, hay mucho que contar, mis queridos nietos. —Abuelo Jonathan se sentó en una gruesa raíz, y nosotros alrededor de él—. Hubo algo que su padre no sabía, y es que somos parte de un largo linaje de descendientes de la época en la que ambos mundos estuvieron mezclados. Pero empezaré desde el principio: Hace siglos, un mago blanco llamado Merlín forjó una espada que, según la mitología, se llamaba Excálibur, aunque su verdadero nombre ustedes ya conocen... —«Arthura», dijimos a la vez como un trío de escolares recitando una lección—. Exacto. Arthura le dio el reino de la antigua Sajonia, la primera Inglaterra, a un hombre destinado para tal efecto. Arturo, cuyo nombre proviene de la poderosa espada, luchó contra las bestias creadas por los Magos Oscuros con la ayuda de sus caballeros, y logró derrotarlas... Pero, Arturo y sus valientes, no pudieron cumplir su cometido del todo porque, en ese instante, ambos mundos fueron separados. —Abuelo Jonathan aclaró la voz, y continuó, encogiendo los ojos y frunciendo el entrecejo, como cuando nos contaba sus historias hace años—: Una vez separados los dos mundos, los magos perdieron casi todos sus poderes aquí. Después de la muerte del legendario rey, y a través de engaños, los magos oscuros se apropiaron de la espada, quitándosela a la ninfa que la cuidaba, y la escondieron en nuestro lado del portal, donde nadie de Fantasía podría venir para buscarla. Ellos trataron de evitar que Arturo, o alguno de sus descendientes, pasaran a Fantasía porque entre nosotros estaba el elegido que los destruiría. Con el tiempo, la historia fue olvidada convirtiéndose únicamente en una leyenda. Si bien nadie sabe esta verdad, los descendientes de aquel rey sí la sabemos... Aunque para nuestra desgracia, algunos de nosotros dejamos de creer. Tu padre nunca creyó en Arthura y en el hombre que la arrancó de la roca para convertirse en rey. Él desconoce esta verdad.  

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