miércoles, 27 de diciembre de 2017

Capítulo Dieciséis

Confrontación en Fantasía (Fragmento)


Escuchamos un gemido; uno de los Heracleanos heridos despertaba. Le hice ademanes a  Alana para ocultarnos; la tomé por el brazo y nos escondimos. 
—Este nos llevará a Karka —le susurré.
El guerrero se irguió, tambaleó un poco, recogió su espada, dio un vistazo a sus compañeros y al percatarse que estaban muertos, optó por irse. Subió a su cabalgadura, abandonando a las otras dos bestias que permanecían atadas a las ramas de un abeto, y se alejó por un desconocido sendero del bosque. Alana cogió su arco y pudo soltarlo del arma con bolas metálicas. Enrolló la cuerda con bolas y la sujetó a la alforja. Luego, montamos en los caballos y perseguimos al Heracleano herido a corta distancia sin que sospechara. El sendero nos condujo al otro lado de la colina desviándonos al norte de la cordillera de Amon´t Thares. 
—¿A dónde nos lleva este? —pregunté.
—Creo que pronto lo sabremos.
Lo vimos bajar a una hondonada; en este punto debimos seguirle a mayor distancia porque podía descubrirnos con facilidad.
Poco después, al verle desmontar, bajamos de los caballos atrás de una gran roca y descubrimos el campamento Heracleano como a doscientos metros.
—Le hemos perseguido por casi día y medio, y cada vez nos alejamos del territorio de la Dama del Lago y del campo de batalla... Ese era el propósito de los Magos Oscuros — reflexioné.
—Sí, así es. Al parecer, hemos llegado al final del camino —dijo Alana. 
—Debemos bajar y saber si la entrega fue hecha.
Nos deslizamos furtivamente de roca en roca hasta la tienda. En el lugar, únicamente se encontraban los mismos guerreros, más el recién llegado.
Aguzamos los oídos y escuchamos.
—Me dieron por muerto. Cuando desperté, ¿qué creéis?... Mis “Gualajás”, mis compañeros de armas, mis hermanos de sangre me habían abandonado como a una vil escoria —gruñía furibundo el guerrero herido.
—No había tiempo para heridos —replicó Karka—. Os dejaste derrotar... No merecéis llamaros Guerrero de Heracles... Eréis una deshonra a vuestra raza... Además, habéis traído a nuestros enemigos hasta aquí.
—¡No es cierto! —refutó.
—Si estáis vivo, es porque ellos lo permitieron para seguiros hasta aquí... ¡Quar, sal y vigila! —ordenó Karka. Quar abandonó la tienda inmediatamente—... Los Magos están pronto a venir por el botín... 
 Nos miramos mutuamente con Alana. Karka, sin quererlo, nos había sacado de nuestra incertidumbre sobre si ya había entregado la espada a los Magos Oscuros.
—¡El medallón! —dijo Alana—. Debemos quitárselo.
Sabíamos de la magia que encerraba esa gema, y que Karka podía volver a escapar con Arthura como antes. Debíamos entonces, actuar rápido apoderándonos de la espada mágica, o adueñándonos del medallón, o destruyéndolo para que no pudiera utilizarlo. 
Como no podíamos darnos el lujo de esperar por mucho tiempo, tomamos la decisión de realizar, como en otras veces, una acción casi desesperada. Alana cogió daga y espada, y yo me alisté con Asghar entre mis manos.
—Recuerda, es Karka la prioridad. En cuanto lo tengas en la mira, no puedes fallar —dije susurrando luego de despegar el oído de la carpa. Ella asintió con un suave movimiento de cabeza—. Okey, al conteo de tres, rasgo la lona y tú entras.
—¿Okey?
—Es decir, “claro”, “está bien”, “de acuerdo” y todo eso.
—Okey —repitió ella.
—Bien... —Levanté el hacha con ambas manos y conté rápidamente hasta tres.
 Asghar cortó limpiamente todo lo largo de la lona hasta abajo, y por esa herida causada en la tienda penetramos sorpresivamente.
—¡Arrrg! —gritamos con tal fuerza que, más bien, fue el grito y no nuestra presencia la que los aterró.
Los tres reaccionaron instintivamente sacando las espadas y poniéndose a la defensiva. Hubo gritos, rápidos movimientos ofensivos y defensivos; los aceros relumbraron en las sombras del interior de la tienda. Los dos que acompañaban al jefe renegado cayeron bajo el golpe de Asghar y los veloces arpones de la reina elfina. Karka, que se hallaba un poco más alejado, quiso tomar el medallón pero una flecha se clavó en el dije, separando la gema de la base. La piedra preciosa se perdió en alguna parte, impidiéndosele así la fuga a Karka.
—¡Rendíos! —ordenó Alana, mientras le apuntaba con el arco.

Capítulo Quince

De vuelta (Fragmento)


—¿Quién entra primero? —dijo Mark, quizá recordando lo fría que estuvo la última vez que nos sumergimos.
Las calmas y translúcidas aguas daban la impresión de ser un trozo de firmamento enclavado en el herbaje. 
Antes de dar el salto, dimos un último vistazo al mago y nos despedimos de él.
Fue Jenny cogida del brazo de abuelo Jonathan quienes tuvieron el honor de cruzar primero por el mágico umbral, luego lo hizo Mark, y por último Alana y yo.
Nuevamente el hormigueo recorrió mi cuerpo. Al emerger del otro extremo, el arrebol del cielo de Fantasía se reflejó en las pupilas de nuestros ojos. Un poco más allá, el granítico halcón nos aguardaba en la cumbre de la montaña. Sin embargo, esta vez no estábamos solos, una delegación élfica también aguardaba por nosotros. La alegría de vernos fue grande y mutua. 
—¡Bienvenidos, hermanos! —dijo Axil, desmontando y dirigiéndose a nosotros. Extendió los brazos y colocó las manos en nuestros hombros; saludos que igualmente correspondimos.
—Es bueno volver —dije.
—Veo que traéis a alguien más de vuestra familia —expresó el rey elfo, dirigiendo la mirada en dirección de abuelo Jonathan—. Jonathan de Rockville... Es grande el placer de veros otra vez.
Abuelo Jonathan sabía saludar del mismo modo que lo hacían los elfos. En su rostro se reflejó un semblante de alegría por volver a ver a sus viejos amigos en las tierras de Fantasía. —Amigo Axil, han pasado largos años desde la última vez que te vi —dijo abuelo Jona—, pero sabía que volvería a tu Tierra algún día.
Yo di un suave codazo en el costado de Mark.
—Mira quien ha venido también —le susurré, señalando con el mentón el lugar donde Aia se encontraba. Inmediatamente, Mark, se alegró y se dirigió hacia ella. La alegría de Aia fue recíproca pues, tan pronto lo vio acercarse, desmontó y lo atrapó entre sus brazos apenas llegó. No mencionaré la pasión con que ambos se besaron. Recordé las palabras de Mark sobre pedir la  mano de la princesa cuando estuvimos en la recámara de los dragones, y por lo que vi, no dudé que iba en serio.
—¡Oh!, veo que una hermosa alianza puede surgir —dijo abuelo Jona al ver la escena romántica entre Mark y Aia.
—Será la primera después de incontables estaciones —replicó el elfo—. Pero ven mi viejo amigo, vamos, subamos a las monturas que seguro estoy que deseosos del reposo estáis. Kaleín y Emurk permanecían entre la delegación, y pronto vinieron a nuestro encuentro.
—Saludos reina Alana..., amigos míos —dijo Kaleín—. Vamos a palacio del rey Axil. Debéis descansar y luego ponednos al día sobre vuestro éxito. 
Tuve la impresión que el regreso al palacio de Axil fue más rápido que cuando subimos a la montaña al partir. 
No habíamos cruzado la entrada del castillo, y los sonidos de los tambores y las trompetas anunciaban nuestro regreso. Al entrar por el portón, las multitudes élficas montaron en júbilo. Estaban vestidos con sus mejores ropas y danzaban saltando y girando con mucha alegría al son de los tambores, las cuerdas y los instrumentos de viento, que anegaban el aire con hermosas melodías. Todo estaba adornado con guirnaldas de flores, hojas primaverales y otros perifollos de vistosos colores. Esa felicidad me contagió tanto que rompí el protocolo, salté de mi unicornio e invité a Alana a hacer lo mismo. La tomé por la cintura y de un salto cayó en mis brazos, y bailamos. Alguien nos colocó al cuello collares de flores. No sabría decir cuánto tiempo bailamos. Mark y Aia, también bajaron de sus monturas y se unieron a nosotros en el regocijo. No obstante haber roto el protocolo, en los rostros del rey, sus generales y capitanes se manifestaban la misma acogida de sus súbditos. 
—Bueno, son jóvenes, ¿qué más se podía esperar? —dijo abuelo Jonathan, apoyando sus dos manos en la montura mientras levantaba los hombros—. Si yo tuviera su misma edad, seguramente estaría haciendo lo mismo.
—No eréis un hombre viejo, solo con más experiencia —respondió Axil. Repentinamente, Jenny bajó del caballo y se dirigió a Kaleín, y le preguntó:

—¿Quieres... bailar? —Kaleín miró a su alrededor, tal vez pensó que no era con él la propuesta, y para asegurarse se señaló con el dedo índice—. Sí, es contigo —le confirmó ella. 

Capítulo Catorce

Reinos unidos (Fragmento)


Xandre era ahora un Conde sin palacio, y lo peor de todo, su esposa e hijo habían sucumbido en el inesperado ataque de los dragones. 
—Intentasteis advertirme, pero mis oídos fueron sordos a vuestras palabras —dijo el Conde apesadumbrado por tan grande pérdida—. Esas diabólicas criaturas me han arrebatado lo más preciado para mí. Pero la vida de mi mujer y mi hijo, y las almas de todos los asesinados no quedarán impune. Os juro que mi alma no ha de descansar en paz hasta no ver la cabeza de tales criminales bajo mis pies. Y si he de morir en tal hazaña, mi alma en pena les ha de perseguir por siempre... hasta darles sepultura. —Volteó el rostro en dirección de los humeantes vestigios, y dijo—: Reconstruiremos el palacio sobre los huesos y la sangre de tan infames abominaciones. 
 
Desde arriba de las colinas, un ejército venía descendiendo. Varios hombres y mujeres a caballo lo encabezaban. Traían vestimentas que se confundían con la fronda de los bosques. Inmediatamente, Xandre descubrió quiénes eran. ¡Gente de los bosques!, dijeron los nobles cercanos a nosotros.
—¿Qué querrán estos? —se preguntó uno de los caballeros más antiguos.
Yo sabía lo que ellos querían, pues Alana también venía a la cabeza junto a otro elfo. Imaginé que se trataba de Tuxégora. Mi duda fue resuelta cuando Xandre mencionó el nombre del rey de los señores de los bosques.
Los soldados deberían sentirse tensos por su presencia, no obstante, en sus facciones noté expectación en lugar de temor o enojo..., su ira pertenecía a otros. Esperaron a los visitantes en sus lugares; estos no tardaron mucho en llegar.
—Salve conde —dijo el elfo. Su rostro, así como sus cabellos y la capa que lo envolvía, eran blancos como el corcel que montaba—. Vinimos tan pronto divisamos el humo de la destrucción —dijo con voz serena, tal como hablaba la mayoría de los elfos que conocía—. Recibid mi más profundo pésame. 
Si una vez hubo discordia entre Xandre y Tuxégora, la tragedia les había hecho olvidarla momentáneamente.
El rey elfo desmontó y se acercó al Conde quien yacía de pie sujetando la espada clavada en el suelo como signo de no querer confrontar. Ambos quedaron de frente. 
Dijo el elfo:
—Hemos visto pasar por los cielos de los reinos de los hombres y de los elfos la doble sombra del mal, que dormida por años ha estado. 
Xandre apartó la mirada del rostro del elfo, y dijo después de pensar.
—El arrogante que semejante torpeza ha cometido, ya lo ha pagado con demasía. Ha perdido lo más valioso que en este mundo hubo tenido.
Tuxégora reflexionó, y respondió:
—Este de los bosques os pide que olvidéis vuestro dolor y nuestras diferencias, al menos por ahora, y que unamos fuerzas para detener a los dragones. Si esto no ocurre, toda la región caerá bajo su fuego destructor. Si luchamos como ejércitos separados, ellos vencerán; más si unimos armas, podremos asegurar la victoria sobre ellos.
El conde no tardó en responder:
—Por años hemos sido enemigos, pero hoy la ocasión dicta olvidar eso... Estoy de acuerdo en unir nuestras fuerzas contra esos demonios... Pero algo que os pido es que dejéis que sea mi espada la que acabe con el que muerte y destrucción trajo a mi casa. Si estáis de acuerdo, aquí está mi mano.
Xandre levantó la mano y la extendió a Tuxégora. El rey elfo no lo pensó dos veces y la estrechó sellando la alianza de los dos reinos.
El resto del día, elfos y hombres sepultaron los cuerpos calcinados de las víctimas, luego de sofocar los pocos incendios que aun persistían.
Ambos levantaron sus campamentos a poca distancia, así podrían tener una mejor comunicación.
—Tenías razón, debí esperar a que llegaras con la ayuda élfica —le confesé a Alana, sentados juntos en un viejo tronco de un árbol caído—. Aunque logramos acabar con uno de los dragones pequeños, los otros escaparon. Pensé que nos atacarían, y, en vez de eso, atacaron el castillo... Es como si supieran lo que hacían. Sabían en dónde golpear... Siento pena por el Conde.
—No vio el peligro que venía —dijo ella—. Yo tampoco lo vi venir —agregó después de un corto silencio.
Deslicé mi mano para tomar la de ella. La miré a los ojos y la noté diferente. —¿Te encuentras bien? —le pregunté.
—¿La verdad?... No —acompañó su respuesta con un inquietante movimiento de cabeza y una falsa sonrisa—. Quería ocultarlo, pero creo que ya he pasado muchos días fuera de casa... Y los espíritus de Fantasía me reclaman volver. 
—Alana, abandonemos esta misión —le pedí, pero sabía cuál sería su respuesta—. Vuelve a casa, yo la continuaré —dije, pensando en que, al menos, pudiera aceptar esta propuesta.
Ella me miró en silencio. Entonces comprendí que estaba decidida a quedarse hasta el final. 
—No te preocupes, amor... —dijo con la voz cansada. Fue la última palabra que brotó de sus labios antes de desmayarse.
—¡Alana...! —Alcancé a tomarla entre mis brazos. 
En brazos, la llevé hasta su tienda. Lucía muy pálida como la nieve. Jenny y Mark se dieron cuenta y llegaron pronto bajo la carpa.
—¿Qué pasó? ¿Está bien? —interrogó Jenny. 
—Se ha desmayado —repliqué, dejando su cuerpo inerte sobre las pieles que servían de lecho—. Está pasando lo que temía... Ella debe volver o morirá.

 —¡Ve por Tuxégora! Y si tienen algún médico entre ellos, dile que lo necesitamos —me ordenó Jenny—. ¡Ve, no te quedes allí mirando! 

Capítulo Trece

El reino de los hombres (Fragmento)


Reconocí en aquel hombre el uniforme usado por los caballeros del medioevo —o de alguna época cercana—: cota de malla, casco de hierro, túnica de colores ocres y verdes, botas de cuero y pantalones poco holgados. Sus cabellos, barbas y ojos negros como el carbón me hicieron suponer que no se trataba de un sajón. 
—No eréis de estas tierras, elfina —afirmó Xandre—. ¿Eréis entonces de las otras tierras que mencionasteis..., de Britania o Irlanda? 
—Así es, no somos de estas tierras —respondió Alana—. Y solo venimos por poco tiempo. —Ella miró de reojo a nuestro alrededor, y dijo—: Veo que vuestros hombres han regresado por vos.
Ni Alana ni yo cogimos las armas; las espadas se mantenían en sus fundas.
—Ya te dijimos que no somos tus enemigos —dije, mirando a los hombres que brotaron de entre la broza y nos apuntaban con sus flechas—. Diles eso a tus hombres.
Xandre les dio un escueto vistazo antes de levantar la mano para indicarles bajar las armas. 
—Bien... Digamos que vosotros dos no sois mis enemigos, pero los demás de tu clase sí lo son —replicó el caballero motivado por la presencia de Alana, entregando su arco a uno de los soldados—. No recuerdo vuestros nombres.
—No os dijimos —contestó Alana—. Mi nombre es Alana, hija de Berdic, rey elfo de Khenarda.
—Y el mío es Daniel.
Xandre entornó los ojos como preguntándose algo a sí mismo.
—Recuerdo que dijisteis que ella es una reina —Xandre dirigió sus palabras a mí. Luego dijo, volteando con alguna renuencia hacia Alana—: Disculpad si os traté de modo indebido, pero, por el momento, no he tenido contacto con la realeza de los bosques, sino solo con las flechas de sus guerreros... Umm, sí... Por otro lado, no conozco a vuestro padre, Berdic, ni tú reino... ¿Khenarda?... Del que he oído hablar se llama Tuxégora y se cree el señor de estos bosques... más todo esto, hasta donde vuestra vista logra ver y aún más lejos, es del rey Breogán... es por eso de nuestras disputas... —El caballero resopló por la nariz—. Bien, si alguna vez vosotros dos decidís visitarme, eréis bienvenidos. Mi castillo está a vuestra disposición. Si os dirigís al este por siete leguas, lo encontraréis.
—¿Cómo sabremos que no nos recibiréis como hoy, señor? —interrogó Alana con una ironía poco sutil.
Xandre sonrió, ignorando el sarcasmo de Alana. 
—Prometo que os recibiré con mejores maneras la próxima vez —sonrió nuevamente.
El caballero dio un paso atrás y se apartó para alejarse junto con su gente, desapareciendo de nuestra vista, regresando al claro donde lo esperaban otros guardias a caballo y a pie.
—Será mejor volver antes que nos extrañen —dije.
Emprendimos el regreso al campamento. 

—Par de tortolitos, ¿adónde se habían metido? —dijo Jenny—. Comenzábamos a pensar que algo les había ocurrido.
—No, únicamente conocimos a un nuevo personaje de la realeza, un tío llamado Xandre —expliqué—. Pero ya se ha ido.
—¿En serio? Me hubiera gustado mucho haberlo conocido —dijo Jenny, un tanto desilusionada—. Un verdadero caballero del medioevo. 
—Tal vez podría ayudarnos a vencer a los dragones —expresó abuelo Jonathan—. Recuerden que ellos lucharon contra esas bestias... Bueno, aunque fue con la ayuda de Arthura.
—Yo digo —sonó la voz de Mark—, que si Merlín no viene pronto, vayamos a la cueva e intentemos acabar aunque sea con una de esas malditas bestias... ¿Por qué no miras en el cristal, quizás Merlín haya venido sin darnos cuenta?
Aunque era poco probable esa suposición, busqué en el morral el cristal, solo para salir de la duda. La gema permanecía desierta de aquel resplandor caleidoscópico que la caracterizaba. La llevé por encima de mi cabeza y lo llamé en tres veces, pero el cristal dormía profundamente.
—Ya ves, Merlín no está, y estoy seguro que él nos avisará cuando vuelva —dije, guardando la gema en su lugar. 
Para nuestra desgracia, el mago blanco no dio señales tampoco en los siguientes dos días. 
—No me gusta para nada este silencio —dijo abuelo Jonathan preocupado—. Pronto creeré que debemos hacer algo por nosotros mismos como dice Mark. Pero no lo sé...
También yo comenzaba a tener la misma idea. La causa de mi desasosiego seguía siendo Alana. Aunque ella insistía en esperar el regreso de Merlín.

Había pasado algunas horas tratando de que Asghar reaccionara a mis órdenes. Mi habilidad con ella seguía sin variar, la manipulaba como un guerrero experimentado, pero sabía que algo diferente existía. No solo eran la ausencia de las inscripciones, sino una rara sensación, como si el vínculo que me unía al hacha no estuviera. 
Me levanté de la roca donde me hallaba sentado desde hace una hora en aquella absoluta contemplación del arma, y me dirigí a un cierto punto; observé y encontré unos árboles que me resultaban adecuados para lo que tenía en mente. Tomé con firmeza por la empuñadura a Asghar, fijé la vista en el tronco de un árbol situado como a treinta y cinco o cuarenta metros, y arrojé el hacha con fuerza. Esta giró velozmente produciendo un leve zumbido, y se clavó firmemente en la corteza, despidiendo algunas astillas. El golpe de la hoja con el madero sonó en mis oídos con un eco. Extendí la mano en dirección del árbol, queriendo atraer Asghar a mí nuevamente. Me concentraba tanto que los dedos me comenzaron a temblar y el hacha no se movió ni un milímetro tan siquiera.
—Yo lo he intentado también —dijo Mark. Él estaba atrás de mí y se paró a mi lado—. Nada parece resultar. Están dormidas —dijo con la misma convicción de un perito en la materia de lanzar hachas catatónicas.
Yo suspiré con desaliento y fui hasta el árbol. Tras dar un enérgico tirón del mango, desencajé el filo de la corteza y volví donde Mark.
—Si Merlín no viene... 
—Sí, yo también lo estoy pensando seriamente —le interrumpí—. Pienso que es mejor no esperar más y enfrentar a los dragones con lo que tenemos. 
—Lo difícil será convencer a Alana.
—Sí, déjame hablar con ella. Ella es razonable y lo entenderá.

Unos minutos después, en que teníamos todo listo para internarnos en la cueva de los dragones...

—Definitivamente no me parece la idea —dijo Alana, frunciendo el ceño—. Sin vuestras hachas con todo su poder, no saldremos bien. No quiero decirte luego que te lo dije... Pero si todos estáis de acuerdo, no os daré la espalda, Danny. 

Capítulo Doce

Tras Arthura (Fragmento)


—¿Qué día es hoy? —preguntó Jenny.
—Yo preguntaría por el año —respondió Mark.
A pesar de la espesura del bosque, nos abrimos espacio fácilmente apartando las ramas de los arbustos con las manos. Aunque no eran los dominios de Foresta porque ella vivía al otro lado del portal, habíamos aprendido algo nuevo: que a la naturaleza la debíamos de respetar a pesar de todo; porque, sea que estuviéramos en Fantasía o en cualquier parte, existe un espíritu de vida dentro de cada árbol, de cada piedra..., de todo.
—Si estuvimos en Fantasía un año, es posible que aquí también haya pasado solo un año —dije.
Pero Mark me recordó lo que mencionó el Elfo: 
—Al otro lado, los años corren más aprisa... Eso quiere decir que aquí ha pasado menos de un año.
—Si Steward pudiera vernos ahora, creo que no nos reconocería —dijo Jenny sonriendo—. Mírense a ustedes mismos, con esa melena parecen rockeros... Bueno, aunque yo también me veo diferente —se miró para abajo, deslizando la vista sobre su vestimenta—. Definitivamente no sabría quién soy... Quisiera que nuestro padre te viera —dijo, dirigiéndose a Alana.
—¿Si, por qué? —respondió ella.
—Bueno, porque él no cree en ustedes; ya sabes, en elfos..., en hadas. 
—No lo culpo, mucha gente no cree en nosotros —dijo Alana—. Los problemas de sus vidas los han hecho así... Muchos no pueden creer en lo que no ven.
—Pero si los pudiera ver, creería como yo —intervino Mark—. Yo tampoco creía ya en ustedes, pero después... —Mark sonrió.
Nos detuvimos bajo la sombra de un roble para descansar unos minutos, pues llevábamos varias horas en medio del frondoso bosque. Algunas raíces brotaban del suelo y formaban un círculo; nos sentamos en ellas y sacamos de los morrales algo de comida. Alana miró en su entorno, y dijo:
—Tengo la impresión de haber estado aquí, estoy segura de eso.
Las hojas y las ramas de los árboles del entorno se movieron como si un viento pasara entre ellos.
—Está dentro de ti —sonó la voz de un hombre—. Quizá estuviste aquí antes.
Mark dejó de comer, meneó los ojos de lado a lado, y preguntó con duda:
—¿Escucharon eso, o fue mi imaginación?
—También yo lo oí —respondí.
Todos nos pusimos de pie, y, aunque fue repentina la visita, no nos pareció amenazadora porque, de haber sido así, habríamos desenfundado las armas y puesto a la defensiva de inmediato.
—Daniel..., Jenny..., Mark, ¿tan pronto me han olvidado? —dijo el anciano que salió de entre los matorrales.
—¿Abuelo? —brotó de los labios de Jenny, el nombre que vino a mi mente cuando vi al hombre—. ¿Abuelo Than, eres tú? —preguntó asombrada.
El abuelo Jonathan sonrió y se acercó lentamente con los brazos abiertos. Jenny corrió a su encuentro tan pronto como su mente terminó de asimilar aquel espectacular hecho de encontrárnoslo, después de saberlo muerto por mucho tiempo. Apuré el paso para alcanzarlos. Mark se quedó inmóvil observando nada más. Al llegar donde nos esperaba, nos cogió entre sus brazos con alegría.
—¿Cómo es posible...? —la emoción no me permitió terminar la pregunta.
—Te creí muerto, abuelito —dijo Jenny, riendo y llorando al mismo tiempo.
Abuelo Jonathan levantó la vista y nos soltó de sus brazos, y caminó a donde estaba Mark. —¿Y tú..., no te alegras de verme? —preguntó a Mark.
Mark se encogió de hombros, bajó la mirada. El abuelo abrió nuevamente los brazos mientras le sonreía.
—Ven, Mark —dijo afable.
Mark vaciló, pero un segundo después, se abrazaban fuertemente. Habría jurado que unas lágrimas rodaban por los carrillos de mi hermano. 
Ellos se separaron. Abuelo puso sus manos en el rostro de Mark y con sus pulgares limpió las lágrimas en tanto le sonreía. Mark sonrió también y terminó de limpiarse disimuladamente la cara con los mechones de su largo cabello.
—Reina Alana —dijo abuelo Jonathan dirigiendo sus ojos grises a ella—. Te conocí hace mucho, cuando apenas alcanzabas el tamaño de mi antebrazo... La pequeña princesa, hija del rey Berdic de Khenarda, de los bosques de Garethwood.
—¿Cómo sabes todo eso de mí? —preguntó Alana, intrigada.
Yo también quedé sorprendido, aunque ya nada debía hacerlo, por el hecho de que mi abuelo supiera esas cosas. 

—Vengan, hay mucho que contar, mis queridos nietos. —Abuelo Jonathan se sentó en una gruesa raíz, y nosotros alrededor de él—. Hubo algo que su padre no sabía, y es que somos parte de un largo linaje de descendientes de la época en la que ambos mundos estuvieron mezclados. Pero empezaré desde el principio: Hace siglos, un mago blanco llamado Merlín forjó una espada que, según la mitología, se llamaba Excálibur, aunque su verdadero nombre ustedes ya conocen... —«Arthura», dijimos a la vez como un trío de escolares recitando una lección—. Exacto. Arthura le dio el reino de la antigua Sajonia, la primera Inglaterra, a un hombre destinado para tal efecto. Arturo, cuyo nombre proviene de la poderosa espada, luchó contra las bestias creadas por los Magos Oscuros con la ayuda de sus caballeros, y logró derrotarlas... Pero, Arturo y sus valientes, no pudieron cumplir su cometido del todo porque, en ese instante, ambos mundos fueron separados. —Abuelo Jonathan aclaró la voz, y continuó, encogiendo los ojos y frunciendo el entrecejo, como cuando nos contaba sus historias hace años—: Una vez separados los dos mundos, los magos perdieron casi todos sus poderes aquí. Después de la muerte del legendario rey, y a través de engaños, los magos oscuros se apropiaron de la espada, quitándosela a la ninfa que la cuidaba, y la escondieron en nuestro lado del portal, donde nadie de Fantasía podría venir para buscarla. Ellos trataron de evitar que Arturo, o alguno de sus descendientes, pasaran a Fantasía porque entre nosotros estaba el elegido que los destruiría. Con el tiempo, la historia fue olvidada convirtiéndose únicamente en una leyenda. Si bien nadie sabe esta verdad, los descendientes de aquel rey sí la sabemos... Aunque para nuestra desgracia, algunos de nosotros dejamos de creer. Tu padre nunca creyó en Arthura y en el hombre que la arrancó de la roca para convertirse en rey. Él desconoce esta verdad.  

Capítulo Once

Ataque al Cónclave de los Magos Oscuros (Fragmento)


La saeta cayó rota en dos partes más allá de su punto de encuentro con el filo del hacha. Thor se incrustó en el piso de losas pétreas a unos sesenta metros de distancia de nosotros. En el segundo que esta rompía la vara de la flecha, logré interponer el escudo frente a Alana. La espada de hoja curva quedó adherida en él sin penetrarla. 
Thor vibró y se desprendió del piso retornando a las manos de su dueño, mientras mi escudo se replegaba, cayendo en el suelo la espada de Jenny.
 —Alana —pronuncié su nombre. Cuando todo acabó, giré y la abracé. Necesitaba saber que se encontraba bien—. Pensé que te perdía… Alana, ¡ella es mi hermana! —le dije. Entonces, di la vuelta hacia Jenny y me dirigí a ella para abrazarla con fuerza. Mark corrió junto a nosotros y, abarcándonos con los brazos, nos atrapó con ellos. Los tres lloramos como niños pequeños. Él nos acariciaba la cabeza y nos palmeaba los hombros—. Nunca perdí las esperanzas de hallarte —le dije, tratando de endurecer la voz—. Aunque, por momentos casi lo hacía.
—¡Dany!... ¡Mark! —chilló Jenny—. Hermanitos... Ellos me dijeron que estaban bajo el hechizo de esa bruja y sus hordas, y que debía asesinarla para liberarlos del encantamiento, o ustedes morirían... Yo no quería lastimar a nadie...
Nos separamos y nos vimos a los ojos, había tanta alegría que olvidamos la presencia de los enemigos. 
—¿Qué haces con estos? —le pregunté como un reclamo, haciendo a un lado la inflexión de mis labios—. Ellos son los malos —le dije.
—Sí, te has equivocado de lado —dijo Mark.
—No —alargó aquel "no"—. Yo así lo creía, pero me demostraron que estaba equivocada —miramos hacia los magos oscuros—. En realidad solo me salvaban de ellos —Jenny giró el rostro hacia Alana y los demás elfos y Heracleanos—. Ellos son los malos. Los magos me lo enseñaron en las pilas de las Aguas Mágicas. Esa mujer, a la que llamas Alana, lanzó un conjuro sobre los dos, y desde entonces ven nada más lo que ellos quieren que vean. La prueba son esas cosas en sus cabezas.
Toqué la argolla en mi frente.
—Si fuera así, ¿por qué la capucha en tu cabeza? —dijo Mark con ese aire de querer tener la razón.
—Fue para que su hechizo no me llegara a mí. De lo contrario, yo también llevaría una como ustedes —respondió Jenny, convencida de la historia que le habían contado—. Tenemos que eliminar a esa mujer, o no podremos regresar a casa. Deben creerme.
—No es así —repliqué—. El cristal dijo que ellos te habían engañado.
—¿Qué cristal?...
—Este... —respondí sin terminar la frase, quedando a punto de sacar el cristal del bolso porque, en ese momento, Mark habló:
—¿Qué haces? ¿Quieres que ellos lo vean? —susurró a regañadientes. Inmediatamente volví el cristal a la bolsa y la cerré, confiando en que no la habían visto nuestros enemigos. Mark volvió a susurrar—: Quería decirles que tengo una idea. Hay una forma de saber quién dice la verdad... —Nos acercamos a él para que pudiera explicarnos su plan.
Un minuto después.
—Es buena idea —dije, mientras Jenny asentía con la cabeza—. Haremos así como dices, Mark. —Luego me adelanté, mientras Jenny y Mark se apartaban unos pasos—. Hemos llegado a un acuerdo con mis hermanos —grité para que todos pudieran escucharme—. Hemos acordado no intervenir en su lucha. —Si hubo alguna muestra de asombro, no la pude discernir. Ambos bandos permanecían en guardia, listos para atacarse—. Nosotros nos iremos por donde vinimos y ustedes podrán seguir con lo suyo —dije. Volví con mis hermanos y sin darles la espalda a los dos grupos contendientes nos dirigimos a la salida del salón. Jenny cogió su espada del suelo; la empuñó entre las manos, lista para defenderse de quienes ella creía sus enemigos: los elfos y Heracleanos.
Mis ojos buscaron a los de Alana; dentro de mí sabía que no podía haber error.  Los ojos de ella tampoco se apartaron de los míos a pesar de poner en riesgo su vida al descuidarse del enemigo. Kaleín vio por un instante cómo nos retirábamos, pero no hizo nada para evitarlo. Cuando estuvimos a punto de cruzar el umbral de roca del salón...
—¡Detenedles, no dejéis que se vayan! —sonó una voz antigua.
Las fuerzas Orcos intentaron cerrar el círculo alrededor nuestro. Los Heracleanos y elfos se interpusieron; la violenta escaramuza se armó. Las espadas cobraron sus cuotas de sangre Orco, Elfo, Heracleano y la de los nuevos enemigos de cuatro alas. El grupo de magos oscuros comenzó andar entre los combatientes sin ser tocados por flecha o espada alguna, pues un escudo invisible les protegía. 
—¡Aprisa! —gritó Mark—. ¿Qué dices ahora, Jenny...? —interrogó, frenando abruptamente ante la presencia de un Troll. Mark irguió la cabeza mirando con asombro al gigante cuyo cuerpo terminaba de desdoblar, luego de pasar por el arco de la puerta que resultaba ser chico para él. Traía los brazos hacia atrás, dejándolos por fuera de la entrada.
—¿Por qué no nos dejas pasar Ark? —Jenny le habló al gigante; este no respondió—. No comprendo, tú eres mi amigo a pesar que no te huelen bien las axilas... ¡Déjanos ir!
—Aun no, pequeña mía —dijo el mago oscuro encabezando su grupo—. No podéis iros todavía cuando casi cumplís vuestro cometido. 
—¡Aelfric! ¿Qué pasa? —interrogó Jenny al anciano del largo gabán—. ¿Por qué no nos deja ir?
—Ahora que ya están todos reunidos aquí, en familia, ¿por qué queréis partir? —replicó el anciano—. Hemos esperado tanto por vuestra presencia que no está bien que os vayáis así, sois los invitados principales. Lamento deciros que ellos tenían razón. Muchas veces la inocencia es un arma de doble filo, y hace daño a quien la posee. Como ya os diste cuenta, os mentí, pero fue por una buena causa... Nuestra causa... Para eliminar el peligro que se cierne sobre nosotros, debemos eliminarlo desde la raíz, y vosotros sois esa raíz —levantó las manos queriendo tomar las de Jenny; ella las apartó—. Ahora que me estaba encariñando de vos, tengo que mataros y a vuestros hermanos. Pero ¿qué más da?, cualquier cachorro os puede remplazar... 
—Eres un... 
—Ha, ha. No os atreváis —la interrumpió Aelfric—. Son palabras muy feas para vuestros labios... y para alguien que dejará de existir ahora... Si esperabais alguna ayuda, temo que esta no vendrá —dijo, señalando con la mano en dirección de la entrada en donde se hallaba el Troll. El gigante trajo los brazos hacia adelante; con cada mano cogía el cuerpo sin vida de un Elfo. Kaleín y Alana los vieron y reconocieron en ellos a Alaric y a Aelric. El Troll lanzó los cadáveres a nuestros pies y terminó de hacer su entrada. Detrás de él venían muchos Troll, junto con hordas de Orcos con largas picas y corpulentas espadas. 
—¿Cómo pude ser tan ingenua? —se increpó, y antes que pudiéramos abrir la boca, dijo—: Mejor no digan nada. 
Le hicimos caso.
Los guerreros, ante la seña del mago principal, nos rodearon. Nuestras armas permanecían listas para entrar en combate. Vimos a Jenny, cogía con firmeza su espada curva, lucía todo el plante de un espadachín.
—Hey, ¿quién te enseñó? —le pregunté con cierta admiración.
—¿Quién crees? —respondió.
«¡Qué ironía!», pensé.
Nuestros amigos se abrieron espacio a golpe de hierro y flechazos, en tanto nosotros logramos movernos también en su busca. 
El salón se inundó de alaridos, gritos y estrépitos metálicos. A pesar de nuestra desventaja numérica lográbamos subsistir. Pero nadie puede subsistir por mucho, más si el contrario continuaba aumentando sus fuerzas, y sus deseos por acabar con nosotros. Tarde o temprano, si no abandonábamos el castillo, seríamos vencidos y, entonces, de nada habría valido rescatar a Jenny. Era evidente que no podíamos huir por el mismo camino por el que llegamos porque el paso lo custodiaban tenazmente decenas de guerreros. Angara y los suyos peleaban con la ferocidad de los orcos, o de los hombres cuadri alados, o de los Troll. Por el momento, las bajas eran enemigas, aunque no por mucho tiempo seguiría siendo así. 
—Así que decidisteis no iros después de todo —dijo Kaleín, esgrimiendo su espada y asestando mortales estocadas a los Orcos—. ¿Pronto os olvidasteis de vuestros amigos?
No podía permitir que él —especialmente Alana—, creyera que nos escabullíamos como ratas en el barco que se hunde. 
—Debíamos demostrarle a Jenny quiénes eran los buenos —repliqué, en tanto quebraba una espada con Asghar—. Pero discutiremos esto en otra vez... cuando salgamos de aquí.
—Supongo que os doy la razón —replicó Kaleín.
—Debemos buscar otra salida —gritó Alana.
Miré al rededor. En el fondo de la galera, una escalinata se perdía detrás de un estrecho portal; al parecer subía a una de las torres del palacio. Estando fuera del castillo, el cristal nos ayudaría a reunirnos con los ejércitos aliados, y emprender el retorno a los reinos.
—¿Puedes ayudarnos a bajar de aquí? —pregunté al viejo del cristal.
—Tengo el poder —respondió—, siempre y cuando estéis fuera de estos muros.
—¡Dalo como un hecho! —dije, dando con el canto de Asghar, en la cabeza de uno de los hombres alados; este se desplomó de lado desmayado—. ¿Qué les parece si nos vamos por allá? —Apunté con el hacha a las escalinatas—. No veo otra ruta posible.
—No sabemos a dónde lleva, pero es la única salida que nos queda —contestó Alana—. Corred, yo te protejo, Daniel.
La miré, ¿cómo podía imaginar que la dejaría?, así que la tomé por la mano y le dije: —Sin ti, no, Alana. Deberías de saberlo.
—Nosotros os cubriremos las espaldas. —Escuchamos la voz de Angara—. Elfos, llevadlos fuera de aquí... Apresuraos.

Los guerreros Heracleanos formaron, inmediatamente, una barrera y contuvieron el avance enemigo.  

Capítulo Diez

Tras el rastro de Jenny (Fragmento)


Los ejércitos están en el lugar y la hora convenidos. Las pisadas de los miles de legionarios y sus monturas hacen temblar el suelo del valle. El cielo está oscuro aún, y no se vislumbra un brillante amanecer. Es como si la naturaleza supiera que se está gestando una gran confrontación, y que mucha sangre se ha de derramar en algún lugar. Sobre sus tatuajes, los Heracleanos pintaron marcas de colores, señalando su pronta participación en el combate; llevan consigo largas picas adornadas con plumas blancas, negras y pardas, arcos y aljabas, filosas espadas en sus vainas de cuero amarradas a las espaldas, látigos con bolas de metal, dagas y otras armas filosas de diversidad de formas. Son altas montañas de carne y hueso cubiertas de peludas ropas. Son la versión más humana de los temidos orcos. Los elfos, señores de los bosques, de los desiertos y las ciénagas; marchan ordenadamente con sus arcos y saetas, espadas y dagas, y sus maravillosas y pulcras vestimentas de batalla; ondeando al viento, que irrumpe desde el norte de las Tres Fuentes, los altos estandartes de cada una de las facciones. Las tropas se detienen y esperan ser transportadas mágicamente hasta el lugar de la cruzada.
Los mismos generales y capitanes, entran en la carpa junto con sus líderes. El resto de las tiendas ya han sido levantadas, y solamente pocas hogueras queman los restos de los leños que les daban vida. 
—Depositad el cristal en el centro de la mesa —me dijo Lord Argus—. Que él nos revele dónde se encuentra vuestra hermana. Dejadla y convocad su poder.
Así lo hice, coloqué el cristal en la mesa y me aparté unos pasos de ella; un destello parpadeó en su interior un instante después.
—Anda, joven Daniel, habladle y solicitadle su ayuda —me conminó Ebrón.
 Alana me miró y esperó callada mi reacción. Yo me adelanté un poco a la mesa y dije:
—Cristal... —Pensé cómo debía de hacer mi petición de modo que no la echara a perder. Toda la noche la había pasado en vela, formulándola de una y otra manera, y no llegué a nada; finalmente dije—: Cristal, ¿el lugar en donde se encuentra Jenny es accesible por tu medio?... 
Y volvió a ocurrir lo que antes sucedió: el mundo se detuvo otra vez, y aquel viejo barbado se materializó de forma traslúcida, inmaterial. Su figura incorpórea se ondeaba suavemente como movida por una ligera brisa.
—Sí, el lugar en donde está vuestra hermana es accesible por mi medio... Y si tu próxima pregunta fuere: ¿En dónde se encuentra? —Yo meneé rápidamente la cabeza, afirmando—. Bien. Ella se encuentra en el Universo de la Oscuridad, en donde habitan los Magos Oscuros, pero os diré que ella no es su prisionera. 
Traté en el momento de digerir lo que me decía.
—¿No lo es? —dije frunciendo el ceño—. ¿Cómo, no es una rehén?
—No, vuestra hermana colabora con ellos libremente.
—¡Eso es mentira! —miré a mí alrededor, a los elfos, a los Heracleanos, y a Mark, esperando que ellos no oyeran lo que mis oídos escuchaban—. No puede ser. Debes estar equivocado; ella no podría estar de su lado... —dije entre dientes—. ¿Estás seguro que no está bajo su poder, un hechizo, o algo así?
—No hay encantamiento, pero ella es presa de la mentira. Es presa de su buena voluntad. —¡Llévanos allá! —le pedí.
—Así será...  Este es vuestro tercer deseo, pero os diré que penetrar en su fortaleza no puedo; os dejaré al pie de ella. Y recordad esto: no hay deseo que te ayude a penetrar hasta el castillo más que vuestra propia voluntad y esfuerzo... Decidles a vuestros reyes que se preparen para el viaje. Cuando estén listos, llevadme por encima de vuestra cabeza y formulad el deseo, y todo será hecho al instante.
Sentí como un golpe de aire en mi cuerpo; todo volvió a lo normal.
—El cristal dice que Jenny está en el Universo de la Oscuridad, donde se encuentran los Magos Oscuros. Él nos dejará afuera del castillo. Deben avisar a su gente para partir.
Axil levantó la barbilla, y uno de los elfos abandonó la carpa. Afuera, la orden fue transmitida a otro más, quien alzó una larga banderola de color rojo, señal que fue replicada por otros con iguales banderolas. Pronto, regresó el primer mensajero para indicar que la orden estaba cumplida. Entonces, salimos de la carpa; los reyes, generales y capitanes se fueron con sus correspondientes tropas. Montamos los unicornios. Alana permaneció a mi lado e, inesperadamente, me tomó de la mano y me dio un beso en la mejía.
—Que los dioses nos protejan —dijo y esbozó una sonrisa tímida, mientras con la otra mano cogía el arco y una flecha, listos para la pronta batalla. Mark, junto a nosotros, tomó su hacha y respiro hondo el aire de la aurora.
En cuanto subí el cristal y pedí el deseo, el espacio-tiempo se distorsionó bruscamente. Pero los segundos anduvieron y nada sucedió.
—¿Qué ocurre?... ¿No crees que ya pasó mucho tiempo? —preguntó Mark, con cierta preocupación en su voz.
—No sé qué pasa —respondí, haciendo mía su preocupación.
Alana me miró, también se mostraba extrañada por la demora.
—No me gusta, Daniel... —expresó ella, luego de incontables segundos.
—No temáis —dijo una voz; yo reconocí la voz del anciano del cristal—. Los Magos Oscuros presentan oposición... El poder del Cónclave es fuerte, pero no pueden vencerme... Alzadme sobre vos..., no os dejéis vencer.
Inexplicablemente comencé a sentir mucho cansancio, la oscuridad me iba envolviendo; sentí desmayar.
—Daniel, ¿Qué tienes...? —la voz de Mark se desvaneció dentro de mi cabeza, en tanto todas las luces se apagaron.
Escuché un parloteo intenso y unas manos poco delicadas que tocaban mi rostro, pero fue la palmada en la mejía derecha la que me trajo a la conciencia de presto.
—¡Despierta o te daré otra! —gritó Mark. Abrí los parpados—. ¿El cristal? —pregunté al verme tirado en medio del húmedo pasto; el cristal se encontraba a centímetros de mi mano abierta—. ¡Me desmayé! —concluí.
—Levántate, Daniel, estamos siendo atacados —apremió Alana, liberando flechas tras flechas contra el enemigo cercano.
Me recobré por completo —tuve que hacerlo pronto—, y encontré a Mark reclinado sobre mí, tratando de despertarme. Él me cubría con su escudo de las saetas y las lanzas orcos que venían desde el cielo como una mortífera lluvia. 
—Anda, no podemos esperarte más —volvió hablar Mark, tendiéndome la mano para ayudarme a incorporar.
Yo cogí la joya mágica y la eché dentro del morral. Tomé la mano de Mark y di un salto que me dejó de pie de frente a una horda de orcos, que corrían a nuestro encuentro a varias decenas de metros. 

—¡Cressenta! —grité, el escudo se materializó y creció. Cogí mi hacha—. ¡Ahora verán, ratas! —exclamé. 

Capítulo Nueve

Encuentro en las Tres Fuentes (Fragmento)


—Así que este es el mítico cristal —Makael se aproximó a ver la joya que mantenía entre mis manos. Yo se lo entregué—. Es una maravilla y ya hemos visto parte de su poder. Sin embargo, son pocas las manos en las que esa magia renace. Tal cual lo ha dicho el oráculo, vosotros sois los elegidos. 
Sus palabras me volvían a sobresaltar. Jamás en mi vida pensé que sería alguien tan importante, y que el destino de un mundo estaría en nuestras manos.
Él me devolvió el cristal luego de contemplarlo una vez más.
—Tu rey dijo que una vez estuviera el cristal en nuestras manos, podríamos reunirnos con ellos para rescatar a Jenny. —Yo especulaba que si el cristal tuvo el suficiente poder para destruir a los Shirdal en un parpadeo, también podría conducirnos con Alana, y luego con Jenny—. Dime, ¿es posible hacer eso?
Makael no respondió pronto, parecía no tener la respuesta.
—Deberíais probar. Como os dije, han sido pocas las manos que le han dado vida al cristal —respondió—. No os puedo asegurar que tanto encierra, que tan grande es su magia.
—No hay nada que nos impida saberlo —dijo Mark—. Tal vez solo sea levantarlo sobre tu cabeza como lo hiciste antes, Danny. 
—Está bien, Mark. Makael, reúne a tus alfares. Nos vamos de aquí. —Makael así lo hizo, y cuando todos estuvimos juntos, levanté la joya con forma de bellota—. ¿Qué debo decir?
—pregunté temiendo quedar como un tonto si no resultaba. 
—“¿Sácanos de aquí?” —sugirió mi hermano.
—Bien... —Me preparé para decir la frase mágica—. “Sácanos de aquí” —susurré. Esperé un segundo, nada pasó. Miré a Mark y a Makael—. No resultó, ¿será que lo dije muy suave?
—Prueba de nuevo, pero esta vez más duro —propuso Mark.
—Okey, lo diré con más convicción. —Volví a levantar el cristal y repetí el deseo con mayor fuerza—: “Sácanos de aquí.”
El viento empezó a girar alrededor de nosotros y se aceleró en cuestión de segundos. Rugió con tanta fuerza que no podía escuchar ni mis propios pensamientos. Nuestros cuerpos se liberaron de la esclavitud de la gravedad. Levitamos por encima del suelo rocoso de la montaña y cuando estábamos a varios metros del piso, fuimos expedidos al vacío a una increíble velocidad. Sentí que mi cuerpo y mis sentidos se desvanecían, y, de repente, aparecí en muchos lugares al mismo tiempo. Mi cerebro se revolvió por la incapacidad de asimilar tantos sitios a la vez. Tosí y quise decir algo, pero hablaba como si lo hiciera con miles o millones de bocas a la vez. Luego, en cosa de fracciones de segundo, volvimos al mismo punto dentro del Valle Negro. Al aterrizar, mis manos no pudieron sostener el cristal y este cayó clavándose en la árida tierra. No fui el único con las rodillas en el piso.
—¿Qué pasó? —dije, tomándome la frente con una mano, mientras con la otra intentaba apoyarme en el suelo para no caer de bruces. El mareo pasó en poco tiempo y, solo entonces, logré incorporarme.
—El cristal hizo lo que le pedisteis —escuché la vos de Makael—; él nos sacó de aquí y nos condujo a todas partes. Tal vez, si hubierais sido más específico en cuanto al destino.
—¡Caracoles! —balbuceó Mark, mientras trataba de sonreír—. Debemos intentarlo otra vez. Esto es mejor que la montaña rusa.
—Sí —respondí poniéndome de pie. Recogí el cristal y lo puse sobre mi cabeza. Luego de suspirar, dije—: ¿Están listos? Amárrense los cinturones. —Suspiré otra vez—. Bueno, aquí vamos... “Llévanos con la reina Alana.” —«Con mi amor», dije en mi mente.
El viento rugió, y, cuando abrí los ojos, el paisaje no era el mismo, nos encontrábamos en las afueras del bosque de árboles de colores, en el camino a las Tres Fuentes. Miré a mí alrededor, mi corazón se llenó de alegría cuando divisé a Alana; ella estaba sorprendida, absorta en mí. Bajó del unicornio de un salto y corrió a mi encuentro. La abracé fuertemente, y no quería dejar de besarla. 
—Mira —levanté el cristal para que pudiera verlo, contento como un niño pequeño—, lo logramos, el cristal es nuestro, y él nos ha traído de vuelta. 
—Nunca dudé de ti —respondió ella—, sabía que lo lograrías.
—Ahora podemos ir con los Magos Oscuros, a rescatar a Jenny. —Me sentía exacerbado, con deseos de tener delante de mí a los famosos Magos malvados, y acabar con la guerra. Inesperadamente, algo extraño ocurrió, todo en el entorno se detuvo en el tiempo: Mark, Alana, y los demás, hasta las hojas que el viento traía quedaron congeladas en el aire.
—Joven Daniel —escuché una voz—, no podéis hacer uso indefinido del cristal, nada más disponéis de siete deseos...
—¿Quién eres? —repliqué, volteándome en las cuatro direcciones sin ver a nadie—. Yo ya había escuchado tu voz antes... Tú me dijiste que te elevara poco antes de acabar con los Shirdal... ¿Acaso eres el cristal?
—Has dicho bien. Soy lo que vos llamaríais el alma del cristal.
—¿Tienes forma? Digo, ¿solo eres una voz acaso?
La imagen de un anciano vestido con una túnica blanca surgió de la nada. Colgaban de su cuello un abalorio formado de placas cristalinas, que con el movimiento cambiaban de colores; en las muñecas, brazaletes de plata y cristales con extraños diseños en bajo y alto relieve, le adornaban; en la cintura, un refajo compuesto de muchos trocitos de vidrios ceñía la túnica. Al principio pensé que se trataba del mismo anciano de los conjuros, pero su rostro era diferente.
—Puedo adoptar la forma que quiero, y esta me place mucho porque expreso sabiduría y paz. —El viejo sonrió dulcemente bajo la espesa barba canosa—. Vine para deciros lo que ya escuchasteis, solo os puedo consentir siete deseos, de los cuales dos ya os concedí. Para que estos no se pierdan, debéis meditarlos cuidadosamente antes de pedirlos. Debo deciros que, aunque mi poder es grande, no puedo destruir otras fuentes de magia iguales a la mía, es decir, si vuestro deseo fuera destruir a un mago, o una hechicera, no podría. Tampoco puedo sacaros de este mundo para llevaros al vuestro, pero sí puedo conduciros hasta Arthura fuera de aquí. 

—¿Qué más no puedo pedirte? —pregunté algo decepcionado—. Creí que todo esto terminaría con tu ayuda... ¿Y por qué solo siete? ¿Puedo pedirte que mis deseos se multipliquen? 

Capítulo Ocho

En busca del cristal (Fragmento)


Como lo anunció el rey Ebrón, partimos dos días después antes del alba rumbo al punto de encuentro llamado Las Tres Fuentes. Tal como se acordó, mi hermano, yo y una partida de veinte guerreros elfos —de los más diestros en el tiro de arco, en el uso de la daga y la espada, y expertos lanceros—, nos separaríamos de la ruta principal para dirigirnos al Valle Negro, o “Valle Siniestro” como también le conocían.
Según el censo de Ebrón: siete mil alfares partían a la contienda; de ellos, tres mil quinientos iban a caballo. Cruzamos el puente que unía las dos riberas del río. A medida que subíamos por el mismo camino que, unos días antes nos trajo, veíamos como aquellos islotes flotantes, se volvían cada vez distantes hasta desaparecer detrás del horizonte. Todo transcurrió sin novedad durante esos días, luego de que saliéramos de Stonters; sí, y nada sin novedad en cuanto a Alana y a mí, nuestra relación también se volvió tranquila y fría como las noches que nos acogían. Era parte de su cargo como reina el no tener una vida romántica como la tendría cualquier chica humana o elfina de su edad. A pesar de sus doscientos años, ella era una adolescente. Yo sabía que me quería, que me amaba y sin embargo, a pesar que la pasábamos juntos, no podíamos demostrar delante de todos, nuestros sentimientos. Supuse que por ese motivo, Kaleín, siempre tuvo una actitud sombría hacia mi relación con su hermana porque sabía lo que vendría después.
Cuando el sol empezó a caer y la luna despertaba de su sueño diurno, comenzamos hacer el campamento. Entonces, la tenue luz de la luna se fue esparciendo como un manto por todo el solitario campo, por sobre las exiguas arboledas que allí crecían, los acantilados, y las montañas circunvecinas. Al día siguiente, cada uno, tomaríamos nuestros caminos. Yo necesitaba escuchar su voz solo para mí.
—Alana —vi la oportunidad de hablar con ella cuando los capitanes se apartaron.
—Daniel —me sonrió—, iba a buscarte en este momento. Quería..., decirte que me disculparas porque... ya ves, ser reina no es un trabajo fácil. Y… no hay mucho tiempo para mí misma...
—Tranquila —dije, aproximándome a ella—. Entiendo... —Cogí su mano y la acaricié entre mis dedos—. No tienes que explicar nada... Sí, es cierto, hemos estado cerca, pero lejos. Sé lo importante que es todo esto para ti y para tu pueblo... También lo es para mí. — Miré sus ojos brillantes como la luna, y, entonces la abracé y le di un beso.
Cuando nuestros labios se apartaron, eché un vistazo alrededor; la cogí de la mano y, como dos niños, corrimos a un lugar en donde la vigilancia era poca, en donde la penumbra pudiera ocultarnos.
—¿A dónde vamos? —rió suavemente. No le respondí.
Llegamos entre las sombras; la besé primero, luego nos besamos y acariciamos, y así seguimos hasta un poco antes que la luz del nuevo día surgiera.
 
—Reina Alana... Su Majestad, es tiempo de partir. —La voz sonó en mis sueños. Fui yo quien primero se despertó, luego, casi de inmediato, Alana—. El sol está pronto a salir. Perdonad que os moleste, mi reina.
El elfo permanecía de pie a corta distancia, y, un poco atrás de él, el rey Ebrón arriba de su caballo, junto con sus capitanes, nos veía. Alana se puso de pie; arregló su traje y lo sacudió con las manos, quitándose las hojas secas pegadas.
—Perdonad, rey Ebrón. Nos quedamos dormidos —replicó Alana, a una pregunta que no se había hecho.
Yo también me levanté avergonzado de haber sido descubiertos.
—No ha pasado nada —dije excusándome, limpiando mi ropa; aunque, en realidad, no sucedió nada. 
—No os preocupéis, vamos a tiempo —dijo Ebrón, con un tono casi paternal—. Subid a vuestras monturas, que el camino por delante es largo y arduo.
Ambos montamos en los unicornios y partimos. Alana me observaba; yo me sentía feliz. 
Pasaron las horas; el sol en poco llegaría a su cenit. 
—Sé que lo harán bien, pero aun así, ten cuidado —me aconsejó ella—, un descuido puede ser fatal. Prométeme que te cuidarás; la misión es importante, pero tu vida también. —mostró una sonrisa triste—. Yo te esperaré todo el tiempo que sea necesario.
—¿Sabes? De donde vengo, no hay chicas tan hermosas como tú. —Le sonreí tímidamente—... La verdad, eres la primera en mi vida. —Estaba abriendo mi corazón ante la mujer (o elfina) más bella del universo—. Te diré que eres la mejor razón para desear vivir mil años. A mis diecisiete años nunca sentí algo así por nadie... Bueno —recordé, y quise confesarle—, realmente sí hubo una chica: Sue Parker, pero solo fue platónico. Nunca le dije nada porque sabía que yo no era de su tipo; ella los quería altos y fuertes como Mark... Realmente, ahora que lo recuerdo, ellos fueron novios por un tiempo… —Alana me observaba en silencio—. Y luego, rompieron, y cada quien terminó siendo novio de alguien más. 
Noté que ella se mantenía impávida ante mi relato; ni una pizca de celos por Sue Parker.
—¿Platónico? ¿Qué significa? —interrogó.
—Ah, es cuando quieres a alguien, pero no se lo dices, y, así, dejas que el tiempo pase hasta que viene otra persona más valiente que tú, y esa persona sí se lo dice y se queda con ese alguien a quien tú querías... ¿Comprendes?
—Sí, creo que sí, y lamento que solo te hayas quedado con ese sentimiento... No entiendo como alguien valiente como tú no le abriste tu corazón y le dijiste lo que había en él —respondió sin mostrar ninguna clase de celos—.  ¿Era bella? —agregó.
—Sí, mucho, pero no como tú —le aclaré apresurado. 
—Gracias, Daniel... Quería preguntarte también: ¿si “novios” son como tú y yo?... Quiero decir, ese lazo entre los dos —dijo curiosa.
—Sí —respondí—, así como tú y yo... —sonreí—... Luego viene el matrimonio y los hijos. Pero eso es mucho después, así que no tienes que preocuparte todavía.
—Disculpa que sea muy curiosa... ¿Es natural que en tu mundo se cambien de novios?
Pensé.
—Para los humanos es natural experimentar primero —respondí, mientras trataba de recordar algunas cosas de las clases de psicología—. Verás, nosotros pasamos por diferentes etapas, desde que nacemos y, en todas, experimentamos. Con estas experiencias vamos aprendiendo cómo desenvolvernos en el mundo y… en nuestras vidas... Pero veo que aún no te he respondido ¿verdad?... Para algunos, así como mi hermano, cambiar de novia es natural... Supongo que le gusta experimentar bastante.
Alana movió suavemente la cabeza de arriba abajo. 
—¿A qué edad se casan las chicas humanas? —siguió preguntando. 
—No lo sé, supongo que entre veinte y treinta años. ¿Y ustedes?
—Las elphus unimos nuestras vidas a partir de los trescientos años...

—Tienes doscientos ahora —levanté las cejas mientras pensaba en los años que faltaban—, no creo poder vivir tanto.