domingo, 5 de marzo de 2017

Capítulo Cinco


Encuentro en Las Tres Fuentes
(Fragmento)

—Así que este es el mítico cristal —Makael se aproximó a ver la joya que mantenía entre mis manos. Yo se lo entregué—. Es una maravilla y ya hemos visto parte de su poder. Sin embargo, son pocas las manos en las que esa magia renace. Tal cual lo ha dicho el oráculo, vosotros sois los elegidos.
Sus palabras me volvían a sobresaltar. Jamás en mi vida pensé que sería alguien tan importante, y que el destino de un mundo estaría en nuestras manos.
Él me devolvió el cristal luego de contemplarlo una vez más.
—Tu rey dijo que una vez estuviera el cristal en nuestras manos, podríamos reunirnos con ellos para rescatar a Jenny. —Yo especulaba que si el cristal tuvo el suficiente poder para destruir a los Shirdal en un parpadeo, también podría conducirnos con Alana, y luego con Jenny—. Dime, ¿es posible hacer eso?
Makael no respondió pronto, parecía no tener la respuesta.
—Deberíais probar. Como os dije, han sido pocas las manos que le han dado vida al cristal —respondió—. No os puedo asegurar que tanto encierra, que tan grande es su magia.
—No hay nada que nos impida saberlo —dijo Mark—. Tal vez solo sea levantarlo sobre tu cabeza como lo hiciste antes, Danny.
—Está bien, Mark. Makael, reúne a tus alfares. Nos vamos de aquí. —Makael así lo hizo, y cuando todos estuvimos juntos, levanté la joya con forma de bellota—. ¿Qué debo decir? —pregunté temiendo quedar como un tonto si no resultaba.
—“¿Sácanos de aquí?” —sugirió mi hermano.
—Bien... —Me preparé para decir la frase mágica—. “Sácanos de aquí” —susurré. Esperé un segundo, nada pasó. Miré a Mark y a Makael—. No resultó, ¿será que lo dije muy suave?
—Prueba de nuevo, pero esta vez más duro —propuso Mark.
—Okey, lo diré con más convicción. —Volví a levantar el cristal y repetí el deseo con mayor fuerza—: “Sácanos de aquí.”
El viento empezó a girar alrededor de nosotros y se aceleró en cuestión de segundos. Rugió con tanta fuerza que no podía escuchar ni mis propios pensamientos. Nuestros cuerpos se liberaron de la esclavitud de la gravedad. Levitamos por encima del suelo rocoso de la montaña y cuando estábamos a varios metros del piso, fuimos expedidos al vacío a una increíble velocidad. Sentí que mi cuerpo y mis sentidos se desvanecían, y, de repente, aparecí en muchos lugares al mismo tiempo. Mi cerebro se revolvió por la incapacidad de asimilar tantos sitios a la vez. Tosí y quise decir algo, pero hablaba como si lo hiciera con miles o millones de bocas en el mismo segundo. Luego, en cosa de fracciones de segundo, volvimos al mismo punto dentro del Valle Negro. Al aterrizar, mis manos no pudieron sostener el cristal y este cayó clavándose en la árida tierra. No fui el único con las rodillas en el piso.
—¿Qué pasó? —dije, tomándome la frente con una mano, mientras con la otra intentaba apoyarme para no caer de bruces. El mareo pasó en poco tiempo y, solo entonces, logré incorporarme.
—El cristal hizo lo que le pedisteis —escuché la vos de Makael—; él nos sacó de aquí y nos condujo a todas partes. Tal vez, si hubierais sido más específico en cuanto al destino.
—¡Caracoles! —balbuceó Mark, mientras trataba de sonreír—. Debemos intentarlo otra vez. Esto es mejor que la montaña rusa.
—Sí —respondí poniéndome de pie. Recogí el cristal y lo puse sobre mi cabeza. Luego de suspirar, dije—: ¿Están listos? Amárrense los cinturones. —Suspiré otra vez—. Bueno, aquí vamos... “Llévanos con la reina Alana.” —«Con mi amor», dije en mi mente.
El viento rugió, y, cuando abrí los ojos, el paisaje no era el mismo, nos encontrábamos en las afueras del bosque de árboles de colores, en el camino a las Tres Fuentes. Miré a mi alrededor, mi corazón se llenó de alegría cuando divisé a Alana; ella estaba sorprendida, absorta en mí. Bajó del unicornio de un salto y corrió a mi encuentro. La abracé fuertemente, y no quería dejar de besarla.
—Mira —levanté el cristal para que pudiera verlo, contento como un niño pequeño—, lo logramos, el cristal es nuestro, y él nos ha traído de vuelta.
—Nunca dudé de ti —respondió ella—, sabía que lo lograrías.
—Ahora podemos ir con los Magos Oscuros, a rescatar a Jenny. —Me sentía exacerbado, con deseos de tener delante de mí a los famosos Magos malvados, y acabar con la guerra. Inesperadamente, algo extraño ocurrió, todo en el entorno se detuvo en el tiempo: Mark, Alana, y los demás, hasta las hojas que el viento traía quedaron congeladas en el aire.
—Joven Danniell —escuché una voz—, no podéis hacer uso indefinido del cristal, nada más disponéis de siete deseos...
—¿Quién eres? —repliqué, volteándome en las cuatro direcciones sin ver a nadie—. Yo ya había escuchado tu voz antes... Tú me dijiste que te elevara poco antes de acabar con los Shirdal... ¿Acaso eres el cristal?
—Has dicho bien. Soy lo que vos llamaríais el alma del cristal.
—¿Tienes forma? Digo, ¿solo eres una voz acaso?
La imagen de un anciano vestido con una túnica blanca surgió de la nada. Colgaban de su cuello un abalorio formado de placas cristalinas, que con el movimiento cambiaban de colores; en las muñecas, brazaletes de plata y cristales con extraños diseños en bajo y alto relieve, le adornaban; en la cintura, un refajo compuesto de muchos trocitos de vidrios ceñía la túnica. Al principio pensé que se trataba del mismo anciano de los conjuros, pero su rostro era diferente.
—Puedo adoptar la forma que quiero, y esta me place mucho porque expreso sabiduría y paz. —El viejo sonrió dulcemente bajo la espesa barba canosa—. Vine para deciros lo que ya escuchasteis, solo os puedo consentir siete deseos, de los cuales dos ya os concedí. Para que estos no se pierdan, debéis meditarlos cuidadosamente antes de pedirlos. Debo deciros que, aunque mi poder es grande, no puedo destruir otras fuentes de magia iguales a la mía, es decir, si vuestro deseo fuera destruir a un mago, o una hechicera, no podría. Tampoco puedo sacaros de este mundo para llevaros al vuestro, pero sí puedo conduciros hasta Arthura fuera de aquí.
—¿Qué más no puedo pedirte? —pregunté algo decepcionado—. Creí que todo esto terminaría con tu ayuda... ¿Y por qué solo siete? ¿Puedo pedirte que mis deseos se multipliquen?
El anciano sonrió afable nuevamente.
—No, ni pedir dos deseos dentro de uno mismo, tampoco podéis pedirme traer a la vida a alguien que se haya marchado y que ya sea parte de natura. Ni nada sobre vuestra propia persona o la de alguien más, como haceros más sabio, más valiente, más hermoso, ni más viejo, o más joven. Lo que natura toca así se queda... Si quisierais más deseos, tendrías que esperar quinientos años porque es hasta entonces que vuelvo a despertar de mi sueño... Veo que os sentís desencantado. Piensa en esto, si el cristal fuera infinitamente poderoso, podría llegar a hacer tanto mal como bien. En manos equivocadas, el mal sería terrible. Si me usas con sabiduría, Danniell, puedes acabar con esta guerra.
Comprendía lo que el viejo del cristal me decía, sin embargo, hubiera querido ser más sabio para tomar las decisiones correctas.
—Si en el futuro necesitara de tus palabras, ¿me ayudarías? —le pregunté.
—Sí, siempre que me tengáis en vuestras manos. —Fue lo último que dijo y se disipó como una estela de humo.
Todo volvió a la normalidad. Las hojas acabaron por caer y mezclarse con las que se amontonaban en el suelo.
—¿Qué te pasa, Danniell? De repente estáis triste.
—No es eso, Alana, solo un poco cansado.
La tomé de la mano y caminamos hasta donde el rey alfar se encontraba de pie a la par de su montura. Él nos veía llegar, había en su rostro también satisfacción.
—Descansaremos —ordenó el monarca—. Todos necesitamos del reposo luego de la ardua tarea. Bienvenido, joven hombre, Danniell —dijo poniendo sus manos calzadas con guantes de cuero y metal en mis hombros—. Ya he recibido las nuevas buenas sobre el fin de los Shirdal, sin embargo, su estirpe aún persiste en otras partes bajo el mando de los Magos Malvados, y podéis estar seguro que necesitaremos del cristal para luchar contra ellos en otro momento. —Debí mostrar en mi actitud algo revelador porque Ebrón preguntó—: ¿Acaso hay alguna nueva que sea mala y que debamos saber, joven guerrero?
Miré a Alana, luego volví la vista al rey.
—En realidad solo contábamos con siete deseos, y dos de ellos ya los usamos. Según me dijo el cristal —expliqué—: no todo lo que queramos se puede cumplir.
Les expliqué con mayor detalle cómo fue mi encuentro con el viejo del cristal, y lo que él me reveló.
El rey volvió a colocar su mano en mi hombro, y dijo:
 —Como os dijo él, debéis usarlos con sabiduría entonces. —Luego de dar un vistazo al cielo, expresó—: Pondremos el campamento aquí, pues la noche está pronta a caer.
Al calor de la fogata, esa noche, permanecimos juntos Alana, Mark y yo. Un poco más tarde, Ebrón vino a unírsenos, dejando la comodidad de su tienda.
—Contadme, ¿cómo es vuestro mundo ahora? —pidió Ebrón mientras frotaba las manos ante los tizones—. Muchas estaciones han transcurrido que no recuerdo como erais. ¿Ha cambiado tu gente, tu mundo?