viernes, 13 de enero de 2017

Capítulo Cuatro


La alianza
(Fragmento)

Me zambullí en las entrañas del remolino y nadé muy profundo, donde las aguas eran oscuras y a la luz se le negaba el paso. Braceaba, procurando tener un indicio de Mark, pero todo resultaba inútil. A pesar de eso no me di por vencido. En una de las patadas, algo se enredó en mi tobillo, obligándome a detener para liberarme de sus largas y frías elongaciones: era un alga. Inmediatamente fui apresado e inmovilizado por otros de sus tentáculos. Tras torcerme y seguir pataleando por varios segundos, los ligamentos, finalmente, se desprendieron dejándome en libertad. Proseguí nadando; pronto el aire se acabaría.
«¡Sigue, Danniell!», dijo la exigua voz de Alana. Supe entonces que pronto llegaría donde Mark.
Mis manos tocaron su abrigo, así que me aferré a él con fuerza y lo jalé, braceando y dando zancadas con lo último de mi aliento. Logré romper las ataduras de las algas que lo mantenían sumergido y nadé como nunca lo hice. Nadé sin importar mi agotamiento, ni que tan profundo nos encontrábamos. Un punto luminoso en lo alto fue mi guía. Nunca estuve tan feliz de ver el sol. Abracé a Mark; ambos flotábamos.
—¡Maldición, Mark! ¡Despierta! —le dije casi como una súplica. Su rostro aún conservaba el color en sus mejías: él seguía vivo. Al no obtener respuesta, lo tomé por las solapas y grité—: ¡Mark, despierta! —y lo amenacé—: Si no despiertas, te golpearé..., y eso no te gustará nada... Va en serio, Mark —lo zarandeé—. Tú lo quisiste. —Como no despertaba, le propiné una bofetada mientras le gritaba—: «Despierta». —A punto de atizarle la segunda, sus párpados temblaron y se abrieron con los ojos desencajados.
—¿Qué piensas hacer? —balbuceó, cubriéndose la cara con la mano izquierda, tomándome por la manga de la camiseta con la otra.
Su reacción me dio tanta alegría que lo abracé riendo, por no llorar de emoción.
 —Es hora de volver —le dije, empujándolo—. Debes concentrarte. Piensa en que debes regresar donde los espejos... ¡Alana, ayúdanos! —clamé, mirando el entorno como si ella estuviera allí. Yo sabía, sin embargo, que ella me escuchaba. El ronco canto de los elfos llenó el aire.
Recordé la intensidad con la que debía hacerlo; cerré los ojos y me concentré. Luego de repetir las mismas palabras, casi un conjuro, tanto en voz alta como dentro de mi cabeza, ocurrió que fuimos transportados.  
Cuando abrí los ojos, Alana seguía arrodillada a nuestro lado; se levantó y retrocedió tres pasos.
—¿Y Jenny? ¿La han rescatado? —interrogué. Una sensación de ansiedad me llenó al no verla. Miré a Mark; él se encontraba de regreso, permanecía sentado a mi lado y en el semblante mostraba la misma desolación y cansancio que yo. Nos pusimos de pie, en tanto ella negaba ligeramente con la cabeza y volteaba el rostro en dirección de los espejos. Miré al piso, y no podía dejar de sentirme culpable. Ya no se trataba de lo que le diría a Steward, sino de que habíamos perdido a nuestra hermana, quizá para siempre.
—Lo siento mucho —salieron de su boca estas palabras—, pero no pudimos evitarlo. Mientras ustedes yacían bajo el poder de los magos oscuros, nosotros combatimos a los orcus, pero aquí adentro, los magos tienen mucho poder, pues son sus dominios. Los espejos se alinearon abriendo el paso a otra zona, que solo ellos conocen —Alana puso su mano suavemente en mi hombro y lo frotó, tratando de darme ánimo—. Llegó el momento en que tuvimos que decidir a quién salvar: si a vuestra hermana o a ustedes. Jenny aún permanece con vida en alguna parte, pero las vidas de ustedes se perdían, por eso escogimos vuestras vidas. Fue la oportunidad que los orcus esperaban para huir.
 Sabía que mis ojos estaban rojos y llorosos, no por el tiempo bajo las aguas. No di el rostro, pues me avergonzaba que me vieran llorar, especialmente ella, así que, mientras me mordía los labios, me agaché para recoger mi hacha, que de poco me había servido.
—No debió de haber pasado nada de esto... Todo solo debió ser un juego tonto —me dije con el corazón lleno de tristeza. Ella vino lentamente a mí y me abrazó. Su tibia mejía hizo contacto con la mía. Entonces me frotó la espalda tratando de consolar mi dolor. En este momento no me importaba lo que Kaleín pensara. Estuvimos así un rato.
Los señores elfos se dispersaron y tomaron sus armas y levantaron los cuerpos de los nobles guerreros caídos en la batalla.

Cuando salimos, comprendí por qué al sitio se le llamaba El Laberinto de los Espejos, no se refería a que, en sí, fuera un laberinto si no por la compleja disposición de las imágenes de los miles de espejos. Los espejos no se movían, como en un principio se nos dijo —o así lo comprendí—, eran las figuras las que daban la ilusión de movimiento. Como en un mazo de naipes, que con solo 52 cartas, se pueden hallar miles de millones de posibles combinaciones, los miles de espejos formaban infinitas combinaciones, y si cada una de estas nos podía enviar a un mundo, o a un universo distinto, entonces, no existía manera, como dijeron los elfos, de saber el destino de quien cruzara el umbral del laberinto.

 Como el sol comenzó a caer y faltaban muchas horas para regresar al bosque de Garethwood, acampamos en las proximidades del laberinto. Buscamos y encontramos un pequeño claro, rodeado de elevaciones que no llegaban a ser colinas por sus bajas alturas, pero permitían vigilar los alrededores para prevenir las visitas inoportunas.
Las estrellas, en estas tierras de fantasía, no diferían de las del mundo de los hombres. La noche parecía clamar con voces silenciosas, cuando las brisas nocturnas recorrían los desolados páramos. Las siluetas de las caliginosas montañas se alzaban y se confundían con la negra noche, distinguiéndose nada más las blancuzcas cumbres nevadas. En este desierto, la soledad era impresionante; era el lugar ideal para una fogata en compañía de los amigos, y relatar alrededor de ella historias de terror; en lugar de eso, algo más importante ocupaba nuestras mentes: planear la forma de rescatar a nuestra hermana. Sin embargo, los elfos son pacientes y metódicos, y prefieren planear cualquier acción con la mente y las pasiones frías.
  —En la memoria de los elphus, así como en la mayoría de los demás pueblos que habitamos este mundo, no hay recuerdos de los inicios de las disputas entre los magos blancos y los oscuros —relataba Emurk—. Han pasado muchos siglos de eso, que ahora solo son leyendas narradas por los venerables, aquellos que han vivido milenios. Aun para ellos, el velo del tiempo inexorable, les ha amainado las verdades de lo que una vez fueron las cosas. —Aunque todos los elfos viven vidas naturales ilimitadas, no son inmortales en el sentido de que nunca morirán. Emurk, por ejemplo, es más longevo que muchos de los demás del grupo, y ha llegado a vivir tanto tiempo, debido a su destreza como guerrero. Sus facciones, no obstante, son tan jóvenes como la de cualquier elfo, y las sobresalientes habilidades de que dispone se deben a su larga edad—. Nosotros decidimos, hace siglos, apoyar a los magos blancos porque ellos no pensaron en esclavizarnos nunca... En aquel entonces, vivíamos en paz y los pueblos de todas las comarcas y regiones podíamos cruzar libremente las tierras de los otros.
Alana, vino desde su pequeña tienda erigida a pocos metros de la fogata principal, venía envuelta en un mato similar a una capa verde musgo. Nuestras miradas se cruzaron. Ya no tenía ninguna duda, sabía que ella estaba tan enamorada de mí, como yo de ella. Ella se sentó a mi lado, delante de la fogata y, luego de mostrarme esa bella y tierna sonrisa élfica, escuchó en silencio la historia de Emurk.
—Oye, ¿cuántos años o siglos tienes? —preguntó Mark.
—Años de los hombres..., son como dos mil —respondió Emurk—. Pero aquí, y para ustedes que vienen del otro lado, el tiempo es más rápido... Aquí rondo los tres mil años.
—A ver, ¿cómo es el rollo? ¿Quieres decir que aquí, Danniell y yo, nos hacemos viejos más aprisa? —dijo con cara de asombro—. ¡Vaya! No me esperaba esto de volver a casa siendo un anciano.

Capítulo Tres

Reina Alana
(Fragmento)

Contemplaba a Alana; no solo era una elfo hermosa con su tez blanca como la nieve y su estrambótico cabello purpúreo metalizado; era una guerrera al estilo de Xena, “La Princesa Guerrera”, y al mismo tiempo tenía la esbeltez y gallardía de un cisne. Me di cuenta que sin querer me estaba enamorando de ella. Y me preguntaba si se valía enamorarse en estas circunstancias.
—¿No es hermosa a pesar de ser una bruja? —dijo Mark.
Lo miré por un segundo mientras seguíamos andando.
—Ya me lo habías dicho —le reproché sin saber por qué motivo me sentía molesto—. Y sus orejas se parecen a las del Sr. Spock —le recordé de forma fría lo siguiente de su observación.
Él no dijo nada, únicamente se limitó a sonreír.

Luego de llevar varias horas, en que me sentía agotado ya, Alana hizo una señal con la mano indicándonos parar.
—¡Callados, hemos llegado! —murmuró en tanto se ponía al resguardo de un vetusto árbol derribado por el tiempo, y nos hacía una nueva señal para ocultarnos junto a ella—. Allí están... ¿Los ven?
Asomamos un poco la cabeza por encima del tronco. Yo no logré ver lo que Alana observaba.
—No veo nada. —Mark me quitó las palabras de la boca.
Veíamos en dirección a un pequeño claro, en el fondo de una hondonada, como a cincuenta metros de nosotros.
—Ya entiendo —dijo Alana.
Tomó el morral que siempre llevaba con sigo, hurgó rápidamente en su interior y extrajo un diminuto objeto: una cápsula seca de una planta. La separó en dos partes —algo así como un pomo.
—Tengan. Úntense esto en los ojos —estiró el brazo con la cápsula en la mano.
Como permanecía más cerca de ella, tomé la cápsula primero. Contenía una pomada color verde limón. Metí el dedo índice y lo embadurné de la sustancia grasosa, luego le entregué el pomo a Mark.
—¿Adentro o alrededor de los ojos? —interrogué.
—Adentro..., tan solo un poco. No teman, no les dolerá —aseguró la elfo.
Ella se pasó el arco por delante, preparándolo para el combate, montando en él una flecha.
Mark cerró el depósito y se lo retornamos a Alana. Inmediatamente, tal como lo indicó ella, nos echamos la pomada.
—¡Maldición! —fruncí la cara, apretando los párpados preso del dolor—. Dijiste que no dolería.
—¡Me has dejado ciego! —gruñó Mark, intentando limpiarse los ojos llorosos—. Eres un duende traidor y malo.
—No me insultes, hombre —renegó Alana—. Si me vuelves a decir duende, te dejaré verdaderamente ciego.
El dolor duró tan solo unos segundos.
—¡Miren ahora! —indicó—. Verán lo que los elphus podemos ver.
Así lo hicimos. Primero se materializaron como simples siluetas transparentes, posteriormente comenzaron a surgir más detalles.  Ante nuestros ojos, y confundidos con el entorno, fuimos vislumbrando un grupo de veinte a treinta criaturas con aspecto temible. Los filmes del cine y la televisión no diferían en mucho de estos originales.
—¿Son los orcos? —murmuró Mark—. ¡No creí que fueran tan feos!
—¡Cállate, no hables mucho! —le ordené temiendo ser escuchado por aquellas cosas—. ¿Dónde está Jenny?
—Debe estar con ellos... Pero no la veo —respondió la elfo—. Aquí vienen mis hermanos.
No supe en qué instante, varios elfos, se apostaron junto a nosotros; no los escuché venir.
—Alana —dijo el que parecía ser el líder de la facción—. La humana ya no está con ellos, se la han llevado.
Alana me miró a los ojos. No comprendí qué tan serio resultaba eso.
—¿No la han perdido de vista, Kaleín? —le preguntó al recién llegado.
—Emurk y diez más les siguen las huellas —respondió Kaleín—. Pero han dejado a estos. Parece que llevarán el cristal al Valle Negro.
—¿Y la joven humana?
—Van rumbo al Laberinto de los Espejos —dijo Kaleín—. Tú decides por quién vamos primero, Alana —la elfo volteó nuevamente a donde estábamos Mark y yo—. Vamos por la chica humana —decidió Alana sin tomar mucho tiempo para pensarlo—. Si no la recuperamos ahora, no la volveremos a ver nunca.
Nos deslizamos fuera del alcance de la horda de orcos, evitando así nuestra primera confrontación con ellos.
Corrimos tan rápido como nuestras piernas nos dejaban, pero nada parecía igualar la fortaleza de los intrépidos elfos.
—¿Has visto a ese tío, el elfo Kaleín? —me preguntó Mark, mientras seguíamos corriendo.
—Sí, ¿qué hay con él? —respondí mientras jadeaba.
No tenía muchas ganas de conversar porque me sentía frustrado y de tanto correr el aire me faltaba.
—¿Sabes a quién se parece?
Pensé unos segundos.
—¿A Keanu Reeves? —sonreí para variar un poco.
Mi hermano también sonrió.

Aunque Alana podía ir a la cabeza del grupo, sitio que le correspondía por ser la lideresa, según entendí, quiso quedarse junto a nosotros.
—¿Por qué no los atacamos y recuperamos ese cristal? —interrogué.
—Aunque estamos en nuestros dominios —aclaró Alana—, nos habría tomado tiempo vencerlos. Los orcus y los troll son feroces y sanguinarios guerreros y no les importaría morir si lo hacen peleando. Además, por ahora, es más importante recuperar a tu hermana... Luego iremos en busca del cristal.
—Quería saber, además, ¿qué es el Laberinto de los Espejos? Escuché cuando lo mencionaron, y que llevan a Jenny para ese lugar.
Trataba de no perder el paso de Alana; con esfuerzo, y por el momento, lo estaba logrando. Me pareció que, a pesar de todo el trabajo realizado, no me sentía tan agotado; aun podía dar más.
—Ellos saben que ustedes la seguirían a cualquier lugar con tal de salvarla, incluso hasta los rincones más perdidos del espacio y el tiempo —al explicarme su rostro permanecía sombrío—. El laberinto ha sido creado por los magos renegados para perder a todos los de su estirpe que estén en su contra, pues tienen prohibido destruirse entre ellos... Los espejos del laberinto cambian de posición cada cierto tiempo, y cada combinación de ellos es capaz de enviarte a un universo y tiempo diferente... Para que puedas regresar, los miles de espejos deben estar combinados de la misma manera en que estaban cuando te fuiste, de lo contrario te enviarán a otro lugar.  Hasta ahora, nadie ha regresado. Como los magos no pueden matar a los hombres, sino solamente engañar sus sentidos, decidieron deshacerse de vosotros de esta manera para evitar que intervengan. Ellos conocen de nuestros planes; saben sobre Arthura y lo que pretendemos. Saben que una vez Arthura esté en nuestras manos, sus días estarán contados.
Entonces Kaleín se aproximó a Alana, interrumpiendo la conversación.
—Uno de los elphus de Emurk ha venido y dice que el campamento orcus está a la vista —informó—. La humana está con ellos. Además, llevan tres troll con armaduras de coral como refuerzos.

Capítulo Dos

Historia de los escritores
(Fragmento)

Todos los muebles ocupaban un lugar en la casa y los que no lo hallaron, terminaron guardados en el sótano, en alguna parte junto a la caldera, o en la buhardilla.
Dos semanas transcurrieron desde nuestra llegada, y tengo la sensación de haber estado aquí desde hace mucho tiempo; quiero decir, como si nunca nos hubiéramos ido.
Rockville está en una región semi montañosa; suele amanecer inmerso en una bruma y, la mayor parte del año, el cielo está nublado a partir de las cinco de la tarde. Cuando la bruma comienza a disiparse, alrededor de las seis de la mañana, un sol radiante irrumpe en el cielo y, aun así, el frío sigue imperando. A pesar de la distancia, se puede escuchar el viento soplar entre los pinos del bosque circundante. Las colinas surgen un poco más allá, pero no se alcanzan a ver por la distancia y por su poca elevación; aunque eran visibles desde las azoteas de algunos de los edificios del pueblo.
En cierta mañana, no hace mucho, una idea vino a mi mente repentinamente y se quedó fija en ella: es la casa Hantong. Trato de entender su relación conmigo, por qué su imagen me persigue y persiste como cuando uno, inexplicablemente, recuerda la tonada de una canción que no ha escuchado durante mucho tiempo, y finalmente de tanto oírla mentalmente, termina por tararearla. Es un misterio. No me asusta, pero me provoca curiosidad y ansiedad. Es así, como cuando era chico —muy chico—, y las cerillas me invitaban a tocar la pequeña hada danzante, con sus bellos colores naranjas, amarillos y azules moviéndose con el viento —queriendo volar—, y su calidez al acercar mis dedos a ella. Entonces no conocía sus efectos al tacto. Esa vez, mi madre, besó mi mano —aunque solo fue un dedo el que el hada mordió—, y lo curó. Desde entonces, sé que no se trata de un hada y que no muerde, si no, quema. Así, la casa Hantong, me atrae pero presiento que puede acarrear consecuencias como el hada del cerillo.

Faltaban pocos días para volver nuevamente a la escuela, el verano pronto finalizaría. Quería agotar ese tiempo visitando y conociendo mi nuevo pueblo, así que, hace algunos días, Jenny, Mark y yo, visitamos el cine. Compramos los boletos para ver una película: Año Omega. La trama no importa, sino lo que ocurrió después. Sabemos que la mejor hora para ver una peli es de las seis de la tarde en adelante, pero quisimos ir a la función matutina, al de las 8:00 a.m. Según nuestros planes, iríamos luego a comer al Restaurante Chilis´ Pepper, a dos cuadras del cinematógrafo. Al llegar, el lugar estaba sumamente abarrotado, por tanto, en vez de comer allí, compramos tres órdenes para llevar y nos dirigimos al parque. Anduvimos otras dos cuadras hacia el norte del restaurante, y atravesamos la avenida Arlington, entre la biblioteca y el parque. Lo primero que nuestros ojos apreciaron fue la imponente estatua del joven de cabello corto y peinado con raya al centro, con su traje antiguo, e imponentes facciones del hombre seguro de sí mismo. Concebí la idea de que no se trataba de uno de los fundadores de Rockville.  
Comíamos a la sombra de un roble, en las bancas de hierro.
—¡Esto quema! —dije tras morder y engullir uno de los extremos del taco de carne de cerdo con chile—. ¡Dios, me quemo! —grité arrojando parte de lo que tenía masticado.
—¡No seas asqueroso!... —dijo Jenny, en tanto Mark se reía.
—Toma un poco de soda —extendió la mano con el vaso de Coca Cola, ahora compadecida de mí.
Yo cogí la bebida y me apresuré en beber. Tomé casi la mitad del contenido hasta que el ardor en labios y lengua se hubo extinguido tan solo un poco.
—¡Qué bueno está esto! —expresé, refiriéndome al taco—. ¿Es comida mejicana, verdad?
—¿No dirás que nunca la habías comido? —me interrogó Mark mientras deglutía el suyo.
—En serio, es la primera vez —respondí volviendo a clavar los dientes en el delicioso comestible—. Esto quita el frío —afirmé con un lado de la boca henchido de taco.
Tosí, casi me atraganto. Bebí más Coca Cola para pasar el picante.
—No te creo Danniell —dijo Jenny, disfrutando del calor de aquella comida.
—¿Es curri? —pregunté.
—No, es chile —respondió ella—. Creo que le llaman jalapeño.
—Calienta tanto como el whisky —afirmé suponiendo que sería una buena comparación a pesar de nunca haber probado la bebida alcohólica.
—¡Ah! ¿Has bebido whisky? —interrogó Jenny sorprendida.
Sorprendida porque, de los tres, yo sería el que menos me atrevería a hacer algo así. Aunque realmente, mi vida siempre ha sido demasiado tranquila. Siempre he vivido al margen de mi propia vida, he sido el menos arriesgado, el acomodado, el... no sé. El que siempre le huye a las cosas complicadas y prefiere lo sencillo. Sí, ese soy yo.  
—No..., pero imagino que así debe ser —aclaré, antes de que mis palabras fueran a caer en oídos de Steward—. No se te ocurra ir con esto a Steward —le advertí.
—Yo sí, ya lo probé —intervino Mark. Su aseveración nos sobrecogió, era algo que no conocíamos de él—. ¿Recuerdan a Larry Stacton?
—¿El escuálido del primer año? —preguntó Jenny—. ¿El que solo venía a la escuela tres veces a la semana?
—Sí, lo recuerdo... Pobre fiambre... ¿Qué hay con él? —dije.
—Sí, ese... Pues una vez, cuando estábamos reunidos en casa de Jeremy Bolton y los otros chicos —narró Mark—, para congraciarse con nosotros y entrar en el grupo, trajo una botella de un Johnnie Walker etiqueta azul...
—¡Wow, regio! —exclamé.
—¿No dirás que bebiste? —interrogó Jenny con mirada inquisidora, y agregó—: Vaya, mi hermano el borrachín. ¿Cuántas veces lo has hecho?
Mark no respondió, siguió masticando y deglutiendo.
—Por eso tenías olor a alcohol —aseveré, claro que mentía descaradamente para molestarlo.
 Una sorpresiva ráfaga de viento tiró sobre nosotros las hojas secas y el polvo almacenado en la estatua, haciéndonos cubrir nuestros almuerzos con las manos.
—¿De dónde vino todo...? —Interrumpí la pregunta en el instante de derramar mi vaso de soda entre los largueros metálicos del asiento de la banca. La tapadera salió disparada, y tras de ella, el contenido restante del vaso. Abajo de la banca, una laguna oscura yacía mientras las últimas gotas seguían cayendo lentamente en ella. Los cubos de hielo patinaron y se acumularon en el final del asiento; algunos de ellos resbalaron entre los largueros, precipitándose en el charco oscuro.
Al pasar el vendaval, miré en dirección de la estatua de piedra y tuve la sensación que ella me veía. No era de esas sensaciones cuando uno ve un cuadro o una pintura, y parece que nos persigue con la vista, o como cuando, durante las noches de luna, esta nos sigue.   La estatua realmente me miraba a mí.
Dejé el vaso de la soda ahí donde quedó, me levanté del asiento. Mis hermanos no se dieron cuenta que yo me dirigí hasta el pedestal de la figura de piedra porque estaban sacudiéndose la suciedad de sus ropas. Me quedé parado frente a ella. Luego de apartar los ojos de la imagen, vi en la base de mármol una inscripción tallada en alto relieve, en una placa metálica, la fecha de 1950.  El monumento era en honor a un tal John Ronald Reuel Tolkien. No dejé pasar desapercibido algo en la inscripción, no tenía fechas de nacimiento ni defunción. Mencionaba a Tolkien como un personaje distinguido que había visitado en 1910 a Rockville.
—¿Quién será? —me pregunté.
Retrocedí un poco, miré la imagen por última vez antes de dirigir la atención al siguiente punto; a varios metros de allí yacía la otra estatua. Fui en busca de ella. Mis hermanos me vieron marchar, sin preguntarme nada; estaban ocupados comiendo. Caminé por los pasajes del parque, entre los pocos transeúntes que iban y venían; al igual que yo, visitantes del lugar.  

Capítulo Uno

La mudanza
(Fragmento)

Cuando te encuentres solo en la gran casona, la del viejo camino al Valle Solitario, y sientas el viento helado soplar entre el follaje y lo escuches gemir; y las hojas secas del antiguo árbol de maple se deslicen por el pavimento del patio como pequeños pasos corriendo; y la luna llena esté en lo alto, mientras las nubes la abandonan rápidamente, dejándola solitaria en medio del cielo sin estrellas; en ese momento, puedes estar seguro que sucederán las cosas más insólitas que jamás hayas visto en tu vida.
Así comenzaban siempre los relatos del abuelo Jonathan, aunque poco recordamos lo que seguía.
Él murió hace mucho cuando apenas teníamos ocho años. Al menos eso fue lo que nos dijeron.

—¿Recuerdas la vieja casa de la colina Hantong, la del camino al Valle Solitario? —pregunté a Mark, mi hermano, quien se encontraba recostado en su cama despreocupadamente, lanzando el balón de fútbol para arriba y volviéndolo atrapar.
—No —respondió.
—La casona que tanto nos mencionaba el abuelo, la casona embrujada —le describí mejor para que la recordara.
—Ah sí, esa casa. ¿Qué hay con ella?
—Dice aquí que está a la venta —señalé con el dedo el monitor de la computadora del escritorio.
—¿Si? No me digas y ¿quién querría comprarla? —Mark dejó de jugar con el balón y se sentó en la orilla de la cama—. ¿Sale alguna foto?
—Sí, aquí hay algunas. Mira.
Él se levantó perezosamente y caminó descalzo los pocos pasos entre su cama y el escritorio, colocándose junto a mí por detrás de la silla.
—¡Súbela! —dijo.
Di vuelta a la ruedita del ratón para hacer un scroll; las fotos comenzaron a moverse de abajo a arriba en la pantalla. Cada foto mostraba un ángulo diferente del exterior de la casa. Era una construcción bastante antigua y se miraba muy descuidada, con sus paredes de ladrillos desnudos, el techo de cuatro aguas cuyas tablillas habían empezado a caerse desde mucho tiempo atrás, y las que aún permanecían en su lugar estaban muy carcomidas.
—Mira, ¿será ese el patio al que se refería el abuelo? —Señalé un sitio en la foto.
—¡Umm! Creo que sí. Y ese podría ser el árbol de... ¿De qué dijo que era? ¿De abeto?
—No, dijo que era de... —Me esforcé en recordarlo. Eran casi diez años que no escuchábamos hablar de la leyenda de la Casona, después de la muerte del abuelo—. ¡Maple! —respondí rápidamente como si se tratara de un concurso.
—A sí, era de maple. Recuerdo lo de la entrada al otro mundo y todas las cosas extrañas que podíamos encontrar allí. ¡Puras fantasías! —Mark lo dijo del mismo modo como lo dicen las personas que ya no creen en los cuentos, las leyendas y las historias de fantasía, como los adultos y algunos de mi edad, los que se consideraban “cultos” e “inteligentes”, los que ya no querían creer en eso. Por nuestra parte, desde hace años nos habían dicho tantas veces que no debíamos dejarnos llevar por niñerías. Eran las palabras que solía escuchar de mucha gente, sobre todo de las cultas e inteligentes.
Bueno, en cierta forma, Mark tenía razón, estaba bien para niños de seis, siete u ocho años, o tal vez aún, para los de nueve, pero para adolescentes como nosotros, “solo eran fantasías”.
—¡Mark..., Jenny..., Danniell, la comida está hecha! —anunció mi padre al pie de las gradas. Como ninguno de los tres dimos señales de vida, él volvió a llamarnos. Fue mi hermana la primera en responder desde su habitación, luego fui yo. Mi hermano siquiera se molestaba en contestar. Así que bajamos. Iba a medio camino en los peldaños cuando recordé haber dejado encendido el ordenador, pero no quise regresar tan solo para desconectarlo.
—Jenny, amor, pon los platos —dijo Steward, nuestro padre, en tanto llevaba por el asa la sartén con su receta favorita: huevo frito y tocino—. Mark, trae los cubiertos —añadió.
Como por el momento no hubo tarea para mí, me senté a la mesa y esperé el servicio.
Jenny dispuso los platos en la mesa en los lugares correspondientes a cada uno. Mi padre intentó colocar la sartén en la base de corcho, en el centro de la mesa, pero el asa estaba demasiado caliente que debió soltarla antes de llegar, a pesar del guante acolchonado. Agitó la mano tratando de aplacar el dolor.
Todos nos sentamos y nos servimos a nuestro entero gusto, como siempre.
Jenny comía despacio, rebuscando con el tenedor lo que se metería en su boca, mientras Mark, al contrario, comía tan arrebatado como si fuera un náufrago abandonado.
Comíamos plácidamente cuando Steward decidió darnos un anuncio, un anuncio que cambiaría el resto de nuestras vidas.
—Bueno, chicos, les diré como está el asunto —se limpió la comisura de los labios con la servilleta de tela y la dejó por ahí a un lado del plato—. Sé que no les va a gustar, pero por razones de fuerza mayor tendremos que dejar esta casa —y antes de que protestáramos, subió la mano abierta para pedirnos tiempo fuera—. Esperen, sé lo que van a decir: lo difícil que es hacer nuevos amigos, ir a otra escuela y todo eso. Ya no puedo seguir pagando la hipoteca, es más, no la he pagado desde varios meses... —a mi padre le fue duro poder explicarnos esto, lo vi en su cara—. No les quise decir que el negocio andaba mal, muy mal... No quería preocuparlos, hijos. Al menos, no hemos pasado hambre, y no nos han faltado otras cosas... —puso sus manos en la mesa y se levantó sin haber terminado de comer. Me pareció que estaba frustrado. Antes de irse, dijo—: Danniell, a ti te toca lavar la loza, no lo vayas a olvidar —y se retiró a su pequeño taller.
Nos quedamos, literalmente, boquiabiertos viéndonos entre nosotros; sentí como si un tornado acabara de arrasarnos de repente.
—¡Caracoles! —dijo Jenny, arqueando las cejas, masticando lentamente.
—¡Vaya! ¿Qué fue todo eso? —se preguntó Mark, quedándose con la boca abierta.
Yo no dije nada, pero no dejé de sorprenderme igual que ellos.
—Lo escuché una vez hablando con tío Ralph por teléfono, le decía lo malo que estaba todo, pero no pensé que fuera tan malo —confesó Jenny bajando la voz.
—¡Malditas hipotecas! —gruñó Mark, en voz baja.
—Deja de maldecir —le regañó Jenny muy seria—. Tu boca te condenará.
—¿Debe haber algo que podamos hacer? —realmente solo lo quería pensar, pero lo expresé en voz alta. Los miré insistentemente, pero no hubo respuesta más allá de devolverme la mirada—. Creo que no —dije.

Luego de comer, lavé la loza, era mi turno de hacerlo tal como lo dijo mi jefe. Desde que mi madre murió, hace cinco años, Steward, decidió repartirnos ciertas obligaciones de la casa; de algún modo fue una terapia para superar la pérdida. Por otro lado, él no podía permanecer siempre con nosotros, debía estar al tanto del negocio, su pequeña ferretería de la cual también dependían seis empleados. El negocio empezó a decaer cuando una de esas grandes cadenas vino a establecerse aquí, y no venía únicamente con restaurantes y almacenes, sino con toda clase de negocios que hicieron quebrar a los pequeños como mi padre porque todo el mundo, en Oldroad, corrió al gran centro comercial olvidándose de los autóctonos. Realmente comprendíamos a Steward, así que no lo culpamos. Anterior a la llegada del centro comercial, él había hipotecado la mayoría de los bienes con la idea de invertir el dinero en la ferretería. Para todos los del pueblo fue una sorpresa —no mentiré, pero pensamos que se trataba de una excelente oportunidad de progreso económico—, saber de su pronta construcción. No pudimos ver el oscuro advenimiento que representaba.
Para nuestra buena suerte, estábamos en un período de receso escolar cuando todo esto sucedió, por tanto no nos afectó en ese sentido. 

Autor e Historia


Por José Benhur Márquez Sánchez

Algo sobre el autor

Soy Scott Danniell, aunque mi verdadero nombre es José Benhur Márquez Sánchez; soy docente en la disciplina de matemática, en los niveles de Tercer Ciclo y Bachillerato, en el sector público. Llevo en mi quehacer de escritor un total de siete obras, siendo La Casa Hantong la primera en el género de Fantasía. Posteriormente, un poco antes de ser publicada en Amazon, su nombre oficial es: Utherground. Los Herederos de Pendragon, debido a que se adapta mejor al contenido de la trama. Utherground es el nombre de las tierras de este mundo fantástico. Y sobre los Herederos de Pendragon, bueno, tendrán que leer para descubrirlo.

¿Qué hace un profesor de matemática escribiendo historias?

Desde hace mucho sentía la inquietud de escribir algo para mi y para los demás. Es mi idea escribir novelas de diferentes géneros, aunque me gustan más las de Ciencia Ficción. No obstante he ido descubriendo que los demás géneros literarios me encantan. En esta ocasión le corresponde al género de Fantasía hacer su estreno.
Trato de satisfacer este deseo de inventar ficción en mis tiempos libres, tiempo que se ha vuelto escaso debido a mi trabajo.

Un poco sobre la historia

Ciudadela de Erthongen, reinado de Axil

El año pasado comencé a escribir una novela de fantasía (está aún en proceso) Tuve que posponerla porque, de repente, una de zombis se adelantó. Hoy he retomado la laptop para seguir con ella.
La hhistoria comienza en el hogar de tres hermanos de 17 años (los trillizos: Jenny, Mark y Daniel ) en una época moderna con Coca Cola, Chili´s Pepper y todo lo demás, luego, por una coincidencia de extrañas circunstancias, que tiene que ver con los escritores más famosos de fantasía como Tolkien, Carroll y otros, son llevados a un mundo fantástico (Utherground) en donde se libra un guerra milenaria entre los Magos Oscuros y los Blancos, en donde orcos, elfos, heracleanos y demás seres fantásticos han tomado partido (nada que ver con Narnia o El Señor de los Anillos, sino, más bien, éstos están relacionados con Utherground). La historia es narrada desde el punto de vista de Daniel, joven tímido, pero dispuesto a todo con tal de rescatar a su hermana (Jenny) tomada como rehén por los Magos Oscuros, para que no intervengan en el conflicto que solo los humanos pueden concluir.
¿Algunas cosas suenan familiar en la historia? Ciertamente que sí, es porque Tolkien anduvo en este mundo hace mucho, y fue testigo de algunas batallas épicas, pero no se quedó para ver el final.

Vínculo entre los dos mundos


Antiguamente los dos mundos estuvieron juntos: elfos, orcos, troll, hadas, humanos, pero llegó el momento en que las tierras fantásticas y el mundo de los humanos se separaron por desavenencias. A pesar de este distanciamiento, sigue existiendo un vínculo entre ambos: La Casona de la Colina Hantong, conocida como La Casa Hantong es uno de estos pasajes mágicos. Pero también existen otras formas de viajar a Utherground, es por medio de los sueños. 


Sobre la novela


Realmente ya tiene varios meses de existir, aunque ha estado incompleta todo ese tiempo.
La proyección: Espero completarla durante los meses siguientes (2017), al menos el borrador. Tiempo después vendrá la corrección (la primera de muchas) Sin embargo, iré subiendo los fragmentos de los capítulos terminados, y de los que vendrán más adelante.

Historia actual


La historia ocurre en tiempos actuales, con chicos de smartphone y laptops, pero te traslada a mundos fantásticos, con seres extraordinarios que, desde siempre, han permanecido en nuestra imaginación; nos lleva a lugares fascinantes, y a formar parte de increíbles batallas épicas.

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