Encuentro en las Tres Fuentes (Fragmento)
—Así que este es
el mítico cristal —Makael se aproximó a ver la joya que mantenía entre mis
manos. Yo se lo entregué—. Es una maravilla y ya hemos visto parte de su poder.
Sin embargo, son pocas las manos en las que esa magia renace. Tal cual lo ha
dicho el oráculo, vosotros sois los elegidos.
Sus palabras me
volvían a sobresaltar. Jamás en mi vida pensé que sería alguien tan importante,
y que el destino de un mundo estaría en nuestras manos.
Él me devolvió
el cristal luego de contemplarlo una vez más.
—Tu rey dijo que
una vez estuviera el cristal en nuestras manos, podríamos reunirnos con ellos
para rescatar a Jenny. —Yo especulaba que si el cristal tuvo el suficiente
poder para destruir a los Shirdal en un parpadeo, también podría conducirnos
con Alana, y luego con Jenny—. Dime, ¿es posible hacer eso?
Makael no
respondió pronto, parecía no tener la respuesta.
—Deberíais
probar. Como os dije, han sido pocas las manos que le han dado vida al cristal
—respondió—. No os puedo asegurar que tanto encierra, que tan grande es su
magia.
—No hay nada que
nos impida saberlo —dijo Mark—. Tal vez solo sea levantarlo sobre tu cabeza
como lo hiciste antes, Danny.
—Está bien,
Mark. Makael, reúne a tus alfares. Nos vamos de aquí. —Makael así lo hizo, y
cuando todos estuvimos juntos, levanté la joya con forma de bellota—. ¿Qué debo
decir?
—pregunté
temiendo quedar como un tonto si no resultaba.
—“¿Sácanos de
aquí?” —sugirió mi hermano.
—Bien... —Me
preparé para decir la frase mágica—. “Sácanos de aquí” —susurré. Esperé un
segundo, nada pasó. Miré a Mark y a Makael—. No resultó, ¿será que lo dije muy
suave?
—Prueba de
nuevo, pero esta vez más duro —propuso Mark.
—Okey, lo diré
con más convicción. —Volví a levantar el cristal y repetí el deseo con mayor
fuerza—: “Sácanos de aquí.”
El viento empezó
a girar alrededor de nosotros y se aceleró en cuestión de segundos. Rugió con
tanta fuerza que no podía escuchar ni mis propios pensamientos. Nuestros
cuerpos se liberaron de la esclavitud de la gravedad. Levitamos por encima del
suelo rocoso de la montaña y cuando estábamos a varios metros del piso, fuimos
expedidos al vacío a una increíble velocidad. Sentí que mi cuerpo y mis
sentidos se desvanecían, y, de repente, aparecí en muchos lugares al mismo
tiempo. Mi cerebro se revolvió por la incapacidad de asimilar tantos sitios a
la vez. Tosí y quise decir algo, pero hablaba como si lo hiciera con miles o
millones de bocas a la vez. Luego, en cosa de fracciones de segundo, volvimos
al mismo punto dentro del Valle Negro. Al aterrizar, mis manos no pudieron
sostener el cristal y este cayó clavándose en la árida tierra. No fui el único
con las rodillas en el piso.
—¿Qué pasó?
—dije, tomándome la frente con una mano, mientras con la otra intentaba
apoyarme en el suelo para no caer de bruces. El mareo pasó en poco tiempo y,
solo entonces, logré incorporarme.
—El cristal hizo
lo que le pedisteis —escuché la vos de Makael—; él nos sacó de aquí y nos
condujo a todas partes. Tal vez, si hubierais sido más específico en cuanto al
destino.
—¡Caracoles!
—balbuceó Mark, mientras trataba de sonreír—. Debemos intentarlo otra vez. Esto
es mejor que la montaña rusa.
—Sí —respondí
poniéndome de pie. Recogí el cristal y lo puse sobre mi cabeza. Luego de
suspirar, dije—: ¿Están listos? Amárrense los cinturones. —Suspiré otra vez—.
Bueno, aquí vamos... “Llévanos con la reina Alana.” —«Con mi amor», dije en mi
mente.
El viento rugió,
y, cuando abrí los ojos, el paisaje no era el mismo, nos encontrábamos en las
afueras del bosque de árboles de colores, en el camino a las Tres Fuentes. Miré
a mí alrededor, mi corazón se llenó de alegría cuando divisé a Alana; ella
estaba sorprendida, absorta en mí. Bajó del unicornio de un salto y corrió a mi
encuentro. La abracé fuertemente, y no quería dejar de besarla.
—Mira —levanté
el cristal para que pudiera verlo, contento como un niño pequeño—, lo logramos,
el cristal es nuestro, y él nos ha traído de vuelta.
—Nunca dudé de
ti —respondió ella—, sabía que lo lograrías.
—Ahora podemos
ir con los Magos Oscuros, a rescatar a Jenny. —Me sentía exacerbado, con deseos
de tener delante de mí a los famosos Magos malvados, y acabar con la guerra.
Inesperadamente, algo extraño ocurrió, todo en el entorno se detuvo en el
tiempo: Mark, Alana, y los demás, hasta las hojas que el viento traía quedaron
congeladas en el aire.
—Joven Daniel
—escuché una voz—, no podéis hacer uso indefinido del cristal, nada más
disponéis de siete deseos...
—¿Quién eres?
—repliqué, volteándome en las cuatro direcciones sin ver a nadie—. Yo ya había
escuchado tu voz antes... Tú me dijiste que te elevara poco antes de acabar con
los Shirdal... ¿Acaso eres el cristal?
—Has dicho bien.
Soy lo que vos llamaríais el alma del cristal.
—¿Tienes forma?
Digo, ¿solo eres una voz acaso?
La imagen de un
anciano vestido con una túnica blanca surgió de la nada. Colgaban de su cuello
un abalorio formado de placas cristalinas, que con el movimiento cambiaban de
colores; en las muñecas, brazaletes de plata y cristales con extraños diseños
en bajo y alto relieve, le adornaban; en la cintura, un refajo compuesto de
muchos trocitos de vidrios ceñía la túnica. Al principio pensé que se trataba
del mismo anciano de los conjuros, pero su rostro era diferente.
—Puedo adoptar
la forma que quiero, y esta me place mucho porque expreso sabiduría y paz. —El
viejo sonrió dulcemente bajo la espesa barba canosa—. Vine para deciros lo que
ya escuchasteis, solo os puedo consentir siete deseos, de los cuales dos ya os
concedí. Para que estos no se pierdan, debéis meditarlos cuidadosamente antes
de pedirlos. Debo deciros que, aunque mi poder es grande, no puedo destruir
otras fuentes de magia iguales a la mía, es decir, si vuestro deseo fuera
destruir a un mago, o una hechicera, no podría. Tampoco puedo sacaros de este
mundo para llevaros al vuestro, pero sí puedo conduciros hasta Arthura fuera de
aquí.
—¿Qué más no
puedo pedirte? —pregunté algo decepcionado—. Creí que todo esto terminaría con
tu ayuda... ¿Y por qué solo siete? ¿Puedo pedirte que mis deseos se
multipliquen?
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