miércoles, 27 de diciembre de 2017

Capítulo Siete.

La Alianza (Fragmento)


Me zambullí en las entrañas del remolino y nadé muy profundo, donde las aguas eran oscuras y a la luz se le negaba el paso. Braceaba, procurando tener un indicio de Mark, pero todo resultaba inútil. A pesar de eso no me di por vencido. En una de las patadas, algo se enredó en mi tobillo, obligándome a detener para liberarme de sus largas y frías elongaciones: era un alga. Inmediatamente fui apresado e inmovilizado por otros de sus tentáculos. Tras torcerme y seguir pataleando por varios segundos, los ligamentos, finalmente, se desprendieron dejándome en libertad. Proseguí nadando; pronto el aire se acabaría.
«¡Sigue, Daniel!», dijo la exigua voz de Alana. Tuve una fuerte sensación, supe entonces que pronto llegaría donde Mark.
Mis manos tocaron su abrigo, así que me aferré a él con fuerza y lo jalé, braceando y dando zancadas con lo último de mi aliento. LogrLa Alié romper las ataduras de las algas que lo mantenían sumergido y nadé como nunca lo hice. Nadé sin importar mi agotamiento, ni que tan profundo nos encontrábamos. Un punto luminoso en lo alto fue mi guía. Nunca estuve tan feliz de ver el sol. Abracé a Mark; ambos flotábamos.
—¡Maldición, Mark! ¡Despierta! —le dije casi como una súplica. Su rostro aún conservaba el color en sus mejías: él seguía vivo. Al no obtener respuesta, lo tomé por las solapas y grité—: ¡Mark, despierta! —y lo amenacé—: Si no despiertas, te golpearé..., y eso no te gustará nada... Va en serio, Mark —lo zarandeé—. Tú lo quisiste. —Como no despertaba, le propiné una bofetada mientras le gritaba—: «Despierta». —A punto de atizarle la segunda, sus párpados temblaron y se abrieron con los ojos desencajados.
—¿Qué piensas hacer? —balbuceó, cubriéndose la cara con la mano izquierda, tomándome por la manga de la camiseta con la otra.
Su reacción me dio tanta alegría que lo abracé riendo, por no llorar de emoción.
 —Es hora de volver —le dije, empujándolo—. Debes concentrarte. Piensa en que debes regresar donde los espejos... ¡Alana, ayúdanos! —clamé, mirando el entorno como si ella estuviera allí. Yo sabía, sin embargo, que ella me escuchaba. El ronco canto de los elfos llenó el aire.
Recordé la intensidad con la que debía hacerlo; cerré los ojos y me concentré. Luego de repetir las mismas palabras, casi un conjuro, tanto en voz alta como dentro de mi cabeza, ocurrió que fuimos transportados.   
Cuando abrí los ojos, Alana seguía arrodillada a nuestro lado; se levantó y retrocedió tres pasos. 
—¿Y Jenny? ¿La han rescatado? —interrogué. Una sensación de ansiedad me llenó al no verla. Miré a Mark; él se encontraba de regreso, permanecía sentado a mi lado y en el semblante mostraba la misma desolación y cansancio que yo. Nos pusimos de pie, en tanto ella negaba ligeramente con la cabeza y volteaba el rostro en dirección de los espejos. Miré al piso, y no podía dejar de sentirme culpable. Ya no se trataba de lo que le diría a Steward, sino de que habíamos perdido a nuestra hermana, quizá para siempre.
—Lo siento mucho —salieron de su boca estas palabras—, pero no pudimos evitarlo. Mientras ustedes yacían bajo el poder de los magos oscuros, nosotros combatimos a los orcus, pero aquí adentro, los magos tienen mucho poder, pues son sus dominios. Los espejos se alinearon abriendo el paso a otra zona, que solo ellos conocen —Alana puso su mano suavemente en mi hombro y lo frotó, tratando de darme ánimo—. Llegó el momento en que tuvimos que decidir a quién salvar: si a vuestra hermana o a vosotros. Jenny aún permanece con vida en alguna parte, pero las vidas de vosotros se perdían, por eso escogimos vuestras vidas. Fue la oportunidad que los orcus esperaban para huir.
 Sabía que mis ojos estaban rojos y llorosos, no por el tiempo bajo las aguas. No di el rostro, pues me avergonzaba que me vieran llorar, especialmente ella, así que, mientras me mordía los labios, me agaché para recoger mi hacha, que de poco me había servido.
—No debió de haber pasado nada de esto... Todo solo debió ser un juego tonto —me dije con el corazón lleno de tristeza. Alana vino lentamente a mí y me abrazó. Su tibia mejía hizo contacto con la mía. Entonces me frotó la espalda tratando de consolar mi dolor. En este momento no me importaba lo que Kaleín pensara. Estuvimos así un rato. 
Los señores elfos se dispersaron y tomaron sus armas y levantaron los cuerpos de los nobles guerreros caídos en la batalla.
 
Cuando salimos, comprendí por qué al sitio se le llamaba El Laberinto de los Espejos, no se refería a que, en sí, fuera un laberinto si no por la compleja disposición de las imágenes de los miles de espejos. Los espejos no se movían, como en un principio se nos dijo —o así lo comprendí—, eran las figuras las que daban la ilusión de movimiento. Como en un mazo de naipes, que con solo 52 cartas, se pueden hallar miles de millones de posibles combinaciones, los miles de espejos formaban infinitas combinaciones, y si cada una de estas nos podía enviar a un mundo, o a un universo distinto, entonces, no existía manera, como dijeron los elfos, de saber el destino de quien cruzara el umbral del laberinto. 

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