La Alianza (Fragmento)
Me zambullí en las entrañas
del remolino y nadé muy profundo, donde las aguas eran oscuras y a la luz se le
negaba el paso. Braceaba, procurando tener un indicio de Mark, pero todo
resultaba inútil. A pesar de eso no me di por vencido. En una de las patadas,
algo se enredó en mi tobillo, obligándome a detener para liberarme de sus
largas y frías elongaciones: era un alga. Inmediatamente fui apresado e
inmovilizado por otros de sus tentáculos. Tras torcerme y seguir pataleando por
varios segundos, los ligamentos, finalmente, se desprendieron dejándome en
libertad. Proseguí nadando; pronto el aire se acabaría.
«¡Sigue, Daniel!»,
dijo la exigua voz de Alana. Tuve una fuerte sensación, supe entonces que
pronto llegaría donde Mark.
Mis manos
tocaron su abrigo, así que me aferré a él con fuerza y lo jalé, braceando y
dando zancadas con lo último de mi aliento. LogrLa Alié romper las ataduras de las
algas que lo mantenían sumergido y nadé como nunca lo hice. Nadé sin importar
mi agotamiento, ni que tan profundo nos encontrábamos. Un punto luminoso en lo
alto fue mi guía. Nunca estuve tan feliz de ver el sol. Abracé a Mark; ambos
flotábamos.
—¡Maldición,
Mark! ¡Despierta! —le dije casi como una súplica. Su rostro aún conservaba el
color en sus mejías: él seguía vivo. Al no obtener respuesta, lo tomé por las
solapas y grité—: ¡Mark, despierta! —y lo amenacé—: Si no despiertas, te
golpearé..., y eso no te gustará nada... Va en serio, Mark —lo zarandeé—. Tú lo
quisiste. —Como no despertaba, le propiné una bofetada mientras le gritaba—:
«Despierta». —A punto de atizarle la segunda, sus párpados temblaron y se
abrieron con los ojos desencajados.
—¿Qué piensas
hacer? —balbuceó, cubriéndose la cara con la mano izquierda, tomándome por la
manga de la camiseta con la otra.
Su reacción me
dio tanta alegría que lo abracé riendo, por no llorar de emoción.
—Es hora de volver —le dije, empujándolo—.
Debes concentrarte. Piensa en que debes regresar donde los espejos... ¡Alana,
ayúdanos! —clamé, mirando el entorno como si ella estuviera allí. Yo sabía, sin
embargo, que ella me escuchaba. El ronco canto de los elfos llenó el aire.
Recordé la
intensidad con la que debía hacerlo; cerré los ojos y me concentré. Luego de
repetir las mismas palabras, casi un conjuro, tanto en voz alta como dentro de
mi cabeza, ocurrió que fuimos transportados.
Cuando abrí los
ojos, Alana seguía arrodillada a nuestro lado; se levantó y retrocedió tres
pasos.
—¿Y Jenny? ¿La
han rescatado? —interrogué. Una sensación de ansiedad me llenó al no verla.
Miré a Mark; él se encontraba de regreso, permanecía sentado a mi lado y en el semblante
mostraba la misma desolación y cansancio que yo. Nos pusimos de pie, en tanto
ella negaba ligeramente con la cabeza y volteaba el rostro en dirección de los
espejos. Miré al piso, y no podía dejar de sentirme culpable. Ya no se trataba
de lo que le diría a Steward, sino de que habíamos perdido a nuestra hermana,
quizá para siempre.
—Lo siento mucho
—salieron de su boca estas palabras—, pero no pudimos evitarlo. Mientras
ustedes yacían bajo el poder de los magos oscuros, nosotros combatimos a los
orcus, pero aquí adentro, los magos tienen mucho poder, pues son sus dominios.
Los espejos se alinearon abriendo el paso a otra zona, que solo ellos conocen
—Alana puso su mano suavemente en mi hombro y lo frotó, tratando de darme
ánimo—. Llegó el momento en que tuvimos que decidir a quién salvar: si a
vuestra hermana o a vosotros. Jenny aún permanece con vida en alguna parte,
pero las vidas de vosotros se perdían, por eso escogimos vuestras vidas. Fue la
oportunidad que los orcus esperaban para huir.
Sabía que mis ojos estaban rojos y llorosos,
no por el tiempo bajo las aguas. No di el rostro, pues me avergonzaba que me
vieran llorar, especialmente ella, así que, mientras me mordía los labios, me
agaché para recoger mi hacha, que de poco me había servido.
—No debió de
haber pasado nada de esto... Todo solo debió ser un juego tonto —me dije con el
corazón lleno de tristeza. Alana vino lentamente a mí y me abrazó. Su tibia
mejía hizo contacto con la mía. Entonces me frotó la espalda tratando de
consolar mi dolor. En este momento no me importaba lo que Kaleín pensara.
Estuvimos así un rato.
Los señores
elfos se dispersaron y tomaron sus armas y levantaron los cuerpos de los nobles
guerreros caídos en la batalla.
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