Reinos unidos (Fragmento)
Xandre era ahora
un Conde sin palacio, y lo peor de todo, su esposa e hijo habían sucumbido en
el inesperado ataque de los dragones.
—Intentasteis
advertirme, pero mis oídos fueron sordos a vuestras palabras —dijo el Conde
apesadumbrado por tan grande pérdida—. Esas diabólicas criaturas me han
arrebatado lo más preciado para mí. Pero la vida de mi mujer y mi hijo, y las
almas de todos los asesinados no quedarán impune. Os juro que mi alma no ha de
descansar en paz hasta no ver la cabeza de tales criminales bajo mis pies. Y si
he de morir en tal hazaña, mi alma en pena les ha de perseguir por siempre...
hasta darles sepultura. —Volteó el rostro en dirección de los humeantes
vestigios, y dijo—: Reconstruiremos el palacio sobre los huesos y la sangre de
tan infames abominaciones.
Desde arriba de
las colinas, un ejército venía descendiendo. Varios hombres y mujeres a caballo
lo encabezaban. Traían vestimentas que se confundían con la fronda de los
bosques. Inmediatamente, Xandre descubrió quiénes eran. ¡Gente de los bosques!,
dijeron los nobles cercanos a nosotros.
—¿Qué querrán
estos? —se preguntó uno de los caballeros más antiguos.
Yo sabía lo que
ellos querían, pues Alana también venía a la cabeza junto a otro elfo. Imaginé
que se trataba de Tuxégora. Mi duda fue resuelta cuando Xandre mencionó el
nombre del rey de los señores de los bosques.
Los soldados
deberían sentirse tensos por su presencia, no obstante, en sus facciones noté
expectación en lugar de temor o enojo..., su ira pertenecía a otros. Esperaron
a los visitantes en sus lugares; estos no tardaron mucho en llegar.
—Salve conde
—dijo el elfo. Su rostro, así como sus cabellos y la capa que lo envolvía, eran
blancos como el corcel que montaba—. Vinimos tan pronto divisamos el humo de la
destrucción —dijo con voz serena, tal como hablaba la mayoría de los elfos que
conocía—. Recibid mi más profundo pésame.
Si una vez hubo
discordia entre Xandre y Tuxégora, la tragedia les había hecho olvidarla momentáneamente.
El rey elfo
desmontó y se acercó al Conde quien yacía de pie sujetando la espada clavada en
el suelo como signo de no querer confrontar. Ambos quedaron de frente.
Dijo el elfo:
—Hemos visto
pasar por los cielos de los reinos de los hombres y de los elfos la doble
sombra del mal, que dormida por años ha estado.
Xandre apartó la
mirada del rostro del elfo, y dijo después de pensar.
—El arrogante
que semejante torpeza ha cometido, ya lo ha pagado con demasía. Ha perdido lo
más valioso que en este mundo hubo tenido.
Tuxégora
reflexionó, y respondió:
—Este de los
bosques os pide que olvidéis vuestro dolor y nuestras diferencias, al menos por
ahora, y que unamos fuerzas para detener a los dragones. Si esto no ocurre,
toda la región caerá bajo su fuego destructor. Si luchamos como ejércitos
separados, ellos vencerán; más si unimos armas, podremos asegurar la victoria
sobre ellos.
El conde no
tardó en responder:
—Por años hemos
sido enemigos, pero hoy la ocasión dicta olvidar eso... Estoy de acuerdo en
unir nuestras fuerzas contra esos demonios... Pero algo que os pido es que
dejéis que sea mi espada la que acabe con el que muerte y destrucción trajo a
mi casa. Si estáis de acuerdo, aquí está mi mano.
Xandre levantó
la mano y la extendió a Tuxégora. El rey elfo no lo pensó dos veces y la
estrechó sellando la alianza de los dos reinos.
El resto del
día, elfos y hombres sepultaron los cuerpos calcinados de las víctimas, luego
de sofocar los pocos incendios que aun persistían.
Ambos levantaron
sus campamentos a poca distancia, así podrían tener una mejor comunicación.
—Tenías razón,
debí esperar a que llegaras con la ayuda élfica —le confesé a Alana, sentados
juntos en un viejo tronco de un árbol caído—. Aunque logramos acabar con uno de
los dragones pequeños, los otros escaparon. Pensé que nos atacarían, y, en vez
de eso, atacaron el castillo... Es como si supieran lo que hacían. Sabían en
dónde golpear... Siento pena por el Conde.
—No vio el
peligro que venía —dijo ella—. Yo tampoco lo vi venir —agregó después de un
corto silencio.
Deslicé mi mano
para tomar la de ella. La miré a los ojos y la noté diferente. —¿Te encuentras
bien? —le pregunté.
—¿La verdad?...
No —acompañó su respuesta con un inquietante movimiento de cabeza y una falsa
sonrisa—. Quería ocultarlo, pero creo que ya he pasado muchos días fuera de
casa... Y los espíritus de Fantasía me reclaman volver.
—Alana,
abandonemos esta misión —le pedí, pero sabía cuál sería su respuesta—. Vuelve a
casa, yo la continuaré —dije, pensando en que, al menos, pudiera aceptar esta
propuesta.
Ella me miró en
silencio. Entonces comprendí que estaba decidida a quedarse hasta el
final.
—No te
preocupes, amor... —dijo con la voz cansada. Fue la última palabra que brotó de
sus labios antes de desmayarse.
—¡Alana...!
—Alcancé a tomarla entre mis brazos.
En brazos, la
llevé hasta su tienda. Lucía muy pálida como la nieve. Jenny y Mark se dieron
cuenta y llegaron pronto bajo la carpa.
—¿Qué pasó?
¿Está bien? —interrogó Jenny.
—Se ha desmayado
—repliqué, dejando su cuerpo inerte sobre las pieles que servían de lecho—.
Está pasando lo que temía... Ella debe volver o morirá.
—¡Ve por Tuxégora! Y si tienen algún médico
entre ellos, dile que lo necesitamos —me ordenó Jenny—. ¡Ve, no te quedes allí
mirando!
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