miércoles, 27 de diciembre de 2017

Capítulo Catorce

Reinos unidos (Fragmento)


Xandre era ahora un Conde sin palacio, y lo peor de todo, su esposa e hijo habían sucumbido en el inesperado ataque de los dragones. 
—Intentasteis advertirme, pero mis oídos fueron sordos a vuestras palabras —dijo el Conde apesadumbrado por tan grande pérdida—. Esas diabólicas criaturas me han arrebatado lo más preciado para mí. Pero la vida de mi mujer y mi hijo, y las almas de todos los asesinados no quedarán impune. Os juro que mi alma no ha de descansar en paz hasta no ver la cabeza de tales criminales bajo mis pies. Y si he de morir en tal hazaña, mi alma en pena les ha de perseguir por siempre... hasta darles sepultura. —Volteó el rostro en dirección de los humeantes vestigios, y dijo—: Reconstruiremos el palacio sobre los huesos y la sangre de tan infames abominaciones. 
 
Desde arriba de las colinas, un ejército venía descendiendo. Varios hombres y mujeres a caballo lo encabezaban. Traían vestimentas que se confundían con la fronda de los bosques. Inmediatamente, Xandre descubrió quiénes eran. ¡Gente de los bosques!, dijeron los nobles cercanos a nosotros.
—¿Qué querrán estos? —se preguntó uno de los caballeros más antiguos.
Yo sabía lo que ellos querían, pues Alana también venía a la cabeza junto a otro elfo. Imaginé que se trataba de Tuxégora. Mi duda fue resuelta cuando Xandre mencionó el nombre del rey de los señores de los bosques.
Los soldados deberían sentirse tensos por su presencia, no obstante, en sus facciones noté expectación en lugar de temor o enojo..., su ira pertenecía a otros. Esperaron a los visitantes en sus lugares; estos no tardaron mucho en llegar.
—Salve conde —dijo el elfo. Su rostro, así como sus cabellos y la capa que lo envolvía, eran blancos como el corcel que montaba—. Vinimos tan pronto divisamos el humo de la destrucción —dijo con voz serena, tal como hablaba la mayoría de los elfos que conocía—. Recibid mi más profundo pésame. 
Si una vez hubo discordia entre Xandre y Tuxégora, la tragedia les había hecho olvidarla momentáneamente.
El rey elfo desmontó y se acercó al Conde quien yacía de pie sujetando la espada clavada en el suelo como signo de no querer confrontar. Ambos quedaron de frente. 
Dijo el elfo:
—Hemos visto pasar por los cielos de los reinos de los hombres y de los elfos la doble sombra del mal, que dormida por años ha estado. 
Xandre apartó la mirada del rostro del elfo, y dijo después de pensar.
—El arrogante que semejante torpeza ha cometido, ya lo ha pagado con demasía. Ha perdido lo más valioso que en este mundo hubo tenido.
Tuxégora reflexionó, y respondió:
—Este de los bosques os pide que olvidéis vuestro dolor y nuestras diferencias, al menos por ahora, y que unamos fuerzas para detener a los dragones. Si esto no ocurre, toda la región caerá bajo su fuego destructor. Si luchamos como ejércitos separados, ellos vencerán; más si unimos armas, podremos asegurar la victoria sobre ellos.
El conde no tardó en responder:
—Por años hemos sido enemigos, pero hoy la ocasión dicta olvidar eso... Estoy de acuerdo en unir nuestras fuerzas contra esos demonios... Pero algo que os pido es que dejéis que sea mi espada la que acabe con el que muerte y destrucción trajo a mi casa. Si estáis de acuerdo, aquí está mi mano.
Xandre levantó la mano y la extendió a Tuxégora. El rey elfo no lo pensó dos veces y la estrechó sellando la alianza de los dos reinos.
El resto del día, elfos y hombres sepultaron los cuerpos calcinados de las víctimas, luego de sofocar los pocos incendios que aun persistían.
Ambos levantaron sus campamentos a poca distancia, así podrían tener una mejor comunicación.
—Tenías razón, debí esperar a que llegaras con la ayuda élfica —le confesé a Alana, sentados juntos en un viejo tronco de un árbol caído—. Aunque logramos acabar con uno de los dragones pequeños, los otros escaparon. Pensé que nos atacarían, y, en vez de eso, atacaron el castillo... Es como si supieran lo que hacían. Sabían en dónde golpear... Siento pena por el Conde.
—No vio el peligro que venía —dijo ella—. Yo tampoco lo vi venir —agregó después de un corto silencio.
Deslicé mi mano para tomar la de ella. La miré a los ojos y la noté diferente. —¿Te encuentras bien? —le pregunté.
—¿La verdad?... No —acompañó su respuesta con un inquietante movimiento de cabeza y una falsa sonrisa—. Quería ocultarlo, pero creo que ya he pasado muchos días fuera de casa... Y los espíritus de Fantasía me reclaman volver. 
—Alana, abandonemos esta misión —le pedí, pero sabía cuál sería su respuesta—. Vuelve a casa, yo la continuaré —dije, pensando en que, al menos, pudiera aceptar esta propuesta.
Ella me miró en silencio. Entonces comprendí que estaba decidida a quedarse hasta el final. 
—No te preocupes, amor... —dijo con la voz cansada. Fue la última palabra que brotó de sus labios antes de desmayarse.
—¡Alana...! —Alcancé a tomarla entre mis brazos. 
En brazos, la llevé hasta su tienda. Lucía muy pálida como la nieve. Jenny y Mark se dieron cuenta y llegaron pronto bajo la carpa.
—¿Qué pasó? ¿Está bien? —interrogó Jenny. 
—Se ha desmayado —repliqué, dejando su cuerpo inerte sobre las pieles que servían de lecho—. Está pasando lo que temía... Ella debe volver o morirá.

 —¡Ve por Tuxégora! Y si tienen algún médico entre ellos, dile que lo necesitamos —me ordenó Jenny—. ¡Ve, no te quedes allí mirando! 

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