miércoles, 27 de diciembre de 2017

Capítulo Once

Ataque al Cónclave de los Magos Oscuros (Fragmento)


La saeta cayó rota en dos partes más allá de su punto de encuentro con el filo del hacha. Thor se incrustó en el piso de losas pétreas a unos sesenta metros de distancia de nosotros. En el segundo que esta rompía la vara de la flecha, logré interponer el escudo frente a Alana. La espada de hoja curva quedó adherida en él sin penetrarla. 
Thor vibró y se desprendió del piso retornando a las manos de su dueño, mientras mi escudo se replegaba, cayendo en el suelo la espada de Jenny.
 —Alana —pronuncié su nombre. Cuando todo acabó, giré y la abracé. Necesitaba saber que se encontraba bien—. Pensé que te perdía… Alana, ¡ella es mi hermana! —le dije. Entonces, di la vuelta hacia Jenny y me dirigí a ella para abrazarla con fuerza. Mark corrió junto a nosotros y, abarcándonos con los brazos, nos atrapó con ellos. Los tres lloramos como niños pequeños. Él nos acariciaba la cabeza y nos palmeaba los hombros—. Nunca perdí las esperanzas de hallarte —le dije, tratando de endurecer la voz—. Aunque, por momentos casi lo hacía.
—¡Dany!... ¡Mark! —chilló Jenny—. Hermanitos... Ellos me dijeron que estaban bajo el hechizo de esa bruja y sus hordas, y que debía asesinarla para liberarlos del encantamiento, o ustedes morirían... Yo no quería lastimar a nadie...
Nos separamos y nos vimos a los ojos, había tanta alegría que olvidamos la presencia de los enemigos. 
—¿Qué haces con estos? —le pregunté como un reclamo, haciendo a un lado la inflexión de mis labios—. Ellos son los malos —le dije.
—Sí, te has equivocado de lado —dijo Mark.
—No —alargó aquel "no"—. Yo así lo creía, pero me demostraron que estaba equivocada —miramos hacia los magos oscuros—. En realidad solo me salvaban de ellos —Jenny giró el rostro hacia Alana y los demás elfos y Heracleanos—. Ellos son los malos. Los magos me lo enseñaron en las pilas de las Aguas Mágicas. Esa mujer, a la que llamas Alana, lanzó un conjuro sobre los dos, y desde entonces ven nada más lo que ellos quieren que vean. La prueba son esas cosas en sus cabezas.
Toqué la argolla en mi frente.
—Si fuera así, ¿por qué la capucha en tu cabeza? —dijo Mark con ese aire de querer tener la razón.
—Fue para que su hechizo no me llegara a mí. De lo contrario, yo también llevaría una como ustedes —respondió Jenny, convencida de la historia que le habían contado—. Tenemos que eliminar a esa mujer, o no podremos regresar a casa. Deben creerme.
—No es así —repliqué—. El cristal dijo que ellos te habían engañado.
—¿Qué cristal?...
—Este... —respondí sin terminar la frase, quedando a punto de sacar el cristal del bolso porque, en ese momento, Mark habló:
—¿Qué haces? ¿Quieres que ellos lo vean? —susurró a regañadientes. Inmediatamente volví el cristal a la bolsa y la cerré, confiando en que no la habían visto nuestros enemigos. Mark volvió a susurrar—: Quería decirles que tengo una idea. Hay una forma de saber quién dice la verdad... —Nos acercamos a él para que pudiera explicarnos su plan.
Un minuto después.
—Es buena idea —dije, mientras Jenny asentía con la cabeza—. Haremos así como dices, Mark. —Luego me adelanté, mientras Jenny y Mark se apartaban unos pasos—. Hemos llegado a un acuerdo con mis hermanos —grité para que todos pudieran escucharme—. Hemos acordado no intervenir en su lucha. —Si hubo alguna muestra de asombro, no la pude discernir. Ambos bandos permanecían en guardia, listos para atacarse—. Nosotros nos iremos por donde vinimos y ustedes podrán seguir con lo suyo —dije. Volví con mis hermanos y sin darles la espalda a los dos grupos contendientes nos dirigimos a la salida del salón. Jenny cogió su espada del suelo; la empuñó entre las manos, lista para defenderse de quienes ella creía sus enemigos: los elfos y Heracleanos.
Mis ojos buscaron a los de Alana; dentro de mí sabía que no podía haber error.  Los ojos de ella tampoco se apartaron de los míos a pesar de poner en riesgo su vida al descuidarse del enemigo. Kaleín vio por un instante cómo nos retirábamos, pero no hizo nada para evitarlo. Cuando estuvimos a punto de cruzar el umbral de roca del salón...
—¡Detenedles, no dejéis que se vayan! —sonó una voz antigua.
Las fuerzas Orcos intentaron cerrar el círculo alrededor nuestro. Los Heracleanos y elfos se interpusieron; la violenta escaramuza se armó. Las espadas cobraron sus cuotas de sangre Orco, Elfo, Heracleano y la de los nuevos enemigos de cuatro alas. El grupo de magos oscuros comenzó andar entre los combatientes sin ser tocados por flecha o espada alguna, pues un escudo invisible les protegía. 
—¡Aprisa! —gritó Mark—. ¿Qué dices ahora, Jenny...? —interrogó, frenando abruptamente ante la presencia de un Troll. Mark irguió la cabeza mirando con asombro al gigante cuyo cuerpo terminaba de desdoblar, luego de pasar por el arco de la puerta que resultaba ser chico para él. Traía los brazos hacia atrás, dejándolos por fuera de la entrada.
—¿Por qué no nos dejas pasar Ark? —Jenny le habló al gigante; este no respondió—. No comprendo, tú eres mi amigo a pesar que no te huelen bien las axilas... ¡Déjanos ir!
—Aun no, pequeña mía —dijo el mago oscuro encabezando su grupo—. No podéis iros todavía cuando casi cumplís vuestro cometido. 
—¡Aelfric! ¿Qué pasa? —interrogó Jenny al anciano del largo gabán—. ¿Por qué no nos deja ir?
—Ahora que ya están todos reunidos aquí, en familia, ¿por qué queréis partir? —replicó el anciano—. Hemos esperado tanto por vuestra presencia que no está bien que os vayáis así, sois los invitados principales. Lamento deciros que ellos tenían razón. Muchas veces la inocencia es un arma de doble filo, y hace daño a quien la posee. Como ya os diste cuenta, os mentí, pero fue por una buena causa... Nuestra causa... Para eliminar el peligro que se cierne sobre nosotros, debemos eliminarlo desde la raíz, y vosotros sois esa raíz —levantó las manos queriendo tomar las de Jenny; ella las apartó—. Ahora que me estaba encariñando de vos, tengo que mataros y a vuestros hermanos. Pero ¿qué más da?, cualquier cachorro os puede remplazar... 
—Eres un... 
—Ha, ha. No os atreváis —la interrumpió Aelfric—. Son palabras muy feas para vuestros labios... y para alguien que dejará de existir ahora... Si esperabais alguna ayuda, temo que esta no vendrá —dijo, señalando con la mano en dirección de la entrada en donde se hallaba el Troll. El gigante trajo los brazos hacia adelante; con cada mano cogía el cuerpo sin vida de un Elfo. Kaleín y Alana los vieron y reconocieron en ellos a Alaric y a Aelric. El Troll lanzó los cadáveres a nuestros pies y terminó de hacer su entrada. Detrás de él venían muchos Troll, junto con hordas de Orcos con largas picas y corpulentas espadas. 
—¿Cómo pude ser tan ingenua? —se increpó, y antes que pudiéramos abrir la boca, dijo—: Mejor no digan nada. 
Le hicimos caso.
Los guerreros, ante la seña del mago principal, nos rodearon. Nuestras armas permanecían listas para entrar en combate. Vimos a Jenny, cogía con firmeza su espada curva, lucía todo el plante de un espadachín.
—Hey, ¿quién te enseñó? —le pregunté con cierta admiración.
—¿Quién crees? —respondió.
«¡Qué ironía!», pensé.
Nuestros amigos se abrieron espacio a golpe de hierro y flechazos, en tanto nosotros logramos movernos también en su busca. 
El salón se inundó de alaridos, gritos y estrépitos metálicos. A pesar de nuestra desventaja numérica lográbamos subsistir. Pero nadie puede subsistir por mucho, más si el contrario continuaba aumentando sus fuerzas, y sus deseos por acabar con nosotros. Tarde o temprano, si no abandonábamos el castillo, seríamos vencidos y, entonces, de nada habría valido rescatar a Jenny. Era evidente que no podíamos huir por el mismo camino por el que llegamos porque el paso lo custodiaban tenazmente decenas de guerreros. Angara y los suyos peleaban con la ferocidad de los orcos, o de los hombres cuadri alados, o de los Troll. Por el momento, las bajas eran enemigas, aunque no por mucho tiempo seguiría siendo así. 
—Así que decidisteis no iros después de todo —dijo Kaleín, esgrimiendo su espada y asestando mortales estocadas a los Orcos—. ¿Pronto os olvidasteis de vuestros amigos?
No podía permitir que él —especialmente Alana—, creyera que nos escabullíamos como ratas en el barco que se hunde. 
—Debíamos demostrarle a Jenny quiénes eran los buenos —repliqué, en tanto quebraba una espada con Asghar—. Pero discutiremos esto en otra vez... cuando salgamos de aquí.
—Supongo que os doy la razón —replicó Kaleín.
—Debemos buscar otra salida —gritó Alana.
Miré al rededor. En el fondo de la galera, una escalinata se perdía detrás de un estrecho portal; al parecer subía a una de las torres del palacio. Estando fuera del castillo, el cristal nos ayudaría a reunirnos con los ejércitos aliados, y emprender el retorno a los reinos.
—¿Puedes ayudarnos a bajar de aquí? —pregunté al viejo del cristal.
—Tengo el poder —respondió—, siempre y cuando estéis fuera de estos muros.
—¡Dalo como un hecho! —dije, dando con el canto de Asghar, en la cabeza de uno de los hombres alados; este se desplomó de lado desmayado—. ¿Qué les parece si nos vamos por allá? —Apunté con el hacha a las escalinatas—. No veo otra ruta posible.
—No sabemos a dónde lleva, pero es la única salida que nos queda —contestó Alana—. Corred, yo te protejo, Daniel.
La miré, ¿cómo podía imaginar que la dejaría?, así que la tomé por la mano y le dije: —Sin ti, no, Alana. Deberías de saberlo.
—Nosotros os cubriremos las espaldas. —Escuchamos la voz de Angara—. Elfos, llevadlos fuera de aquí... Apresuraos.

Los guerreros Heracleanos formaron, inmediatamente, una barrera y contuvieron el avance enemigo.  

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