miércoles, 27 de diciembre de 2017

Capítulo Dieciséis

Confrontación en Fantasía (Fragmento)


Escuchamos un gemido; uno de los Heracleanos heridos despertaba. Le hice ademanes a  Alana para ocultarnos; la tomé por el brazo y nos escondimos. 
—Este nos llevará a Karka —le susurré.
El guerrero se irguió, tambaleó un poco, recogió su espada, dio un vistazo a sus compañeros y al percatarse que estaban muertos, optó por irse. Subió a su cabalgadura, abandonando a las otras dos bestias que permanecían atadas a las ramas de un abeto, y se alejó por un desconocido sendero del bosque. Alana cogió su arco y pudo soltarlo del arma con bolas metálicas. Enrolló la cuerda con bolas y la sujetó a la alforja. Luego, montamos en los caballos y perseguimos al Heracleano herido a corta distancia sin que sospechara. El sendero nos condujo al otro lado de la colina desviándonos al norte de la cordillera de Amon´t Thares. 
—¿A dónde nos lleva este? —pregunté.
—Creo que pronto lo sabremos.
Lo vimos bajar a una hondonada; en este punto debimos seguirle a mayor distancia porque podía descubrirnos con facilidad.
Poco después, al verle desmontar, bajamos de los caballos atrás de una gran roca y descubrimos el campamento Heracleano como a doscientos metros.
—Le hemos perseguido por casi día y medio, y cada vez nos alejamos del territorio de la Dama del Lago y del campo de batalla... Ese era el propósito de los Magos Oscuros — reflexioné.
—Sí, así es. Al parecer, hemos llegado al final del camino —dijo Alana. 
—Debemos bajar y saber si la entrega fue hecha.
Nos deslizamos furtivamente de roca en roca hasta la tienda. En el lugar, únicamente se encontraban los mismos guerreros, más el recién llegado.
Aguzamos los oídos y escuchamos.
—Me dieron por muerto. Cuando desperté, ¿qué creéis?... Mis “Gualajás”, mis compañeros de armas, mis hermanos de sangre me habían abandonado como a una vil escoria —gruñía furibundo el guerrero herido.
—No había tiempo para heridos —replicó Karka—. Os dejaste derrotar... No merecéis llamaros Guerrero de Heracles... Eréis una deshonra a vuestra raza... Además, habéis traído a nuestros enemigos hasta aquí.
—¡No es cierto! —refutó.
—Si estáis vivo, es porque ellos lo permitieron para seguiros hasta aquí... ¡Quar, sal y vigila! —ordenó Karka. Quar abandonó la tienda inmediatamente—... Los Magos están pronto a venir por el botín... 
 Nos miramos mutuamente con Alana. Karka, sin quererlo, nos había sacado de nuestra incertidumbre sobre si ya había entregado la espada a los Magos Oscuros.
—¡El medallón! —dijo Alana—. Debemos quitárselo.
Sabíamos de la magia que encerraba esa gema, y que Karka podía volver a escapar con Arthura como antes. Debíamos entonces, actuar rápido apoderándonos de la espada mágica, o adueñándonos del medallón, o destruyéndolo para que no pudiera utilizarlo. 
Como no podíamos darnos el lujo de esperar por mucho tiempo, tomamos la decisión de realizar, como en otras veces, una acción casi desesperada. Alana cogió daga y espada, y yo me alisté con Asghar entre mis manos.
—Recuerda, es Karka la prioridad. En cuanto lo tengas en la mira, no puedes fallar —dije susurrando luego de despegar el oído de la carpa. Ella asintió con un suave movimiento de cabeza—. Okey, al conteo de tres, rasgo la lona y tú entras.
—¿Okey?
—Es decir, “claro”, “está bien”, “de acuerdo” y todo eso.
—Okey —repitió ella.
—Bien... —Levanté el hacha con ambas manos y conté rápidamente hasta tres.
 Asghar cortó limpiamente todo lo largo de la lona hasta abajo, y por esa herida causada en la tienda penetramos sorpresivamente.
—¡Arrrg! —gritamos con tal fuerza que, más bien, fue el grito y no nuestra presencia la que los aterró.
Los tres reaccionaron instintivamente sacando las espadas y poniéndose a la defensiva. Hubo gritos, rápidos movimientos ofensivos y defensivos; los aceros relumbraron en las sombras del interior de la tienda. Los dos que acompañaban al jefe renegado cayeron bajo el golpe de Asghar y los veloces arpones de la reina elfina. Karka, que se hallaba un poco más alejado, quiso tomar el medallón pero una flecha se clavó en el dije, separando la gema de la base. La piedra preciosa se perdió en alguna parte, impidiéndosele así la fuga a Karka.
—¡Rendíos! —ordenó Alana, mientras le apuntaba con el arco.

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