Confrontación en Fantasía (Fragmento)
Escuchamos un
gemido; uno de los Heracleanos heridos despertaba. Le hice ademanes a Alana para ocultarnos; la tomé por el brazo y
nos escondimos.
—Este nos
llevará a Karka —le susurré.
El guerrero se
irguió, tambaleó un poco, recogió su espada, dio un vistazo a sus compañeros y
al percatarse que estaban muertos, optó por irse. Subió a su cabalgadura,
abandonando a las otras dos bestias que permanecían atadas a las ramas de un
abeto, y se alejó por un desconocido sendero del bosque. Alana cogió su arco y
pudo soltarlo del arma con bolas metálicas. Enrolló la cuerda con bolas y la
sujetó a la alforja. Luego, montamos en los caballos y perseguimos al
Heracleano herido a corta distancia sin que sospechara. El sendero nos condujo
al otro lado de la colina desviándonos al norte de la cordillera de Amon´t
Thares.
—¿A dónde nos
lleva este? —pregunté.
—Creo que pronto
lo sabremos.
Lo vimos bajar a
una hondonada; en este punto debimos seguirle a mayor distancia porque podía
descubrirnos con facilidad.
Poco después, al
verle desmontar, bajamos de los caballos atrás de una gran roca y descubrimos
el campamento Heracleano como a doscientos metros.
—Le hemos
perseguido por casi día y medio, y cada vez nos alejamos del territorio de la
Dama del Lago y del campo de batalla... Ese era el propósito de los Magos
Oscuros — reflexioné.
—Sí, así es. Al
parecer, hemos llegado al final del camino —dijo Alana.
—Debemos bajar y
saber si la entrega fue hecha.
Nos deslizamos
furtivamente de roca en roca hasta la tienda. En el lugar, únicamente se
encontraban los mismos guerreros, más el recién llegado.
Aguzamos los
oídos y escuchamos.
—Me dieron por
muerto. Cuando desperté, ¿qué creéis?... Mis “Gualajás”, mis compañeros de
armas, mis hermanos de sangre me habían abandonado como a una vil escoria
—gruñía furibundo el guerrero herido.
—No había tiempo
para heridos —replicó Karka—. Os dejaste derrotar... No merecéis llamaros
Guerrero de Heracles... Eréis una deshonra a vuestra raza... Además, habéis
traído a nuestros enemigos hasta aquí.
—¡No es cierto!
—refutó.
—Si estáis vivo,
es porque ellos lo permitieron para seguiros hasta aquí... ¡Quar, sal y vigila!
—ordenó Karka. Quar abandonó la tienda inmediatamente—... Los Magos están
pronto a venir por el botín...
Nos miramos mutuamente con Alana. Karka, sin
quererlo, nos había sacado de nuestra incertidumbre sobre si ya había entregado
la espada a los Magos Oscuros.
—¡El medallón!
—dijo Alana—. Debemos quitárselo.
Sabíamos de la
magia que encerraba esa gema, y que Karka podía volver a escapar con Arthura
como antes. Debíamos entonces, actuar rápido apoderándonos de la espada mágica,
o adueñándonos del medallón, o destruyéndolo para que no pudiera
utilizarlo.
Como no podíamos
darnos el lujo de esperar por mucho tiempo, tomamos la decisión de realizar,
como en otras veces, una acción casi desesperada. Alana cogió daga y espada, y yo
me alisté con Asghar entre mis manos.
—Recuerda, es
Karka la prioridad. En cuanto lo tengas en la mira, no puedes fallar —dije
susurrando luego de despegar el oído de la carpa. Ella asintió con un suave
movimiento de cabeza—. Okey, al conteo de tres, rasgo la lona y tú entras.
—¿Okey?
—Es decir,
“claro”, “está bien”, “de acuerdo” y todo eso.
—Okey —repitió
ella.
—Bien...
—Levanté el hacha con ambas manos y conté rápidamente hasta tres.
Asghar cortó limpiamente todo lo largo de la
lona hasta abajo, y por esa herida causada en la tienda penetramos
sorpresivamente.
—¡Arrrg! —gritamos
con tal fuerza que, más bien, fue el grito y no nuestra presencia la que los
aterró.
Los tres
reaccionaron instintivamente sacando las espadas y poniéndose a la defensiva.
Hubo gritos, rápidos movimientos ofensivos y defensivos; los aceros relumbraron
en las sombras del interior de la tienda. Los dos que acompañaban al jefe
renegado cayeron bajo el golpe de Asghar y los veloces arpones de la reina
elfina. Karka, que se hallaba un poco más alejado, quiso tomar el medallón pero
una flecha se clavó en el dije, separando la gema de la base. La piedra
preciosa se perdió en alguna parte, impidiéndosele así la fuga a Karka.
—¡Rendíos! —ordenó Alana, mientras le apuntaba con el arco.
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