El reino de los hombres (Fragmento)
Reconocí en
aquel hombre el uniforme usado por los caballeros del medioevo —o de alguna
época cercana—: cota de malla, casco de hierro, túnica de colores ocres y
verdes, botas de cuero y pantalones poco holgados. Sus cabellos, barbas y ojos
negros como el carbón me hicieron suponer que no se trataba de un sajón.
—No eréis de
estas tierras, elfina —afirmó Xandre—. ¿Eréis entonces de las otras tierras que
mencionasteis..., de Britania o Irlanda?
—Así es, no
somos de estas tierras —respondió Alana—. Y solo venimos por poco tiempo. —Ella
miró de reojo a nuestro alrededor, y dijo—: Veo que vuestros hombres han
regresado por vos.
Ni Alana ni yo
cogimos las armas; las espadas se mantenían en sus fundas.
—Ya te dijimos
que no somos tus enemigos —dije, mirando a los hombres que brotaron de entre la
broza y nos apuntaban con sus flechas—. Diles eso a tus hombres.
Xandre les dio
un escueto vistazo antes de levantar la mano para indicarles bajar las
armas.
—Bien... Digamos
que vosotros dos no sois mis enemigos, pero los demás de tu clase sí lo son
—replicó el caballero motivado por la presencia de Alana, entregando su arco a
uno de los soldados—. No recuerdo vuestros nombres.
—No os dijimos
—contestó Alana—. Mi nombre es Alana, hija de Berdic, rey elfo de Khenarda.
—Y el mío es Daniel.
Xandre entornó
los ojos como preguntándose algo a sí mismo.
—Recuerdo que
dijisteis que ella es una reina —Xandre dirigió sus palabras a mí. Luego dijo,
volteando con alguna renuencia hacia Alana—: Disculpad si os traté de modo
indebido, pero, por el momento, no he tenido contacto con la realeza de los
bosques, sino solo con las flechas de sus guerreros... Umm, sí... Por otro
lado, no conozco a vuestro padre, Berdic, ni tú reino... ¿Khenarda?... Del que
he oído hablar se llama Tuxégora y se cree el señor de estos bosques... más
todo esto, hasta donde vuestra vista logra ver y aún más lejos, es del rey
Breogán... es por eso de nuestras disputas... —El caballero resopló por la
nariz—. Bien, si alguna vez vosotros dos decidís visitarme, eréis bienvenidos.
Mi castillo está a vuestra disposición. Si os dirigís al este por siete leguas,
lo encontraréis.
—¿Cómo sabremos
que no nos recibiréis como hoy, señor? —interrogó Alana con una ironía poco
sutil.
Xandre sonrió,
ignorando el sarcasmo de Alana.
—Prometo que os
recibiré con mejores maneras la próxima vez —sonrió nuevamente.
El caballero dio
un paso atrás y se apartó para alejarse junto con su gente, desapareciendo de
nuestra vista, regresando al claro donde lo esperaban otros guardias a caballo
y a pie.
—Será mejor
volver antes que nos extrañen —dije.
Emprendimos el
regreso al campamento.
—Par de
tortolitos, ¿adónde se habían metido? —dijo Jenny—. Comenzábamos a pensar que
algo les había ocurrido.
—No, únicamente
conocimos a un nuevo personaje de la realeza, un tío llamado Xandre —expliqué—.
Pero ya se ha ido.
—¿En serio? Me
hubiera gustado mucho haberlo conocido —dijo Jenny, un tanto desilusionada—. Un
verdadero caballero del medioevo.
—Tal vez podría
ayudarnos a vencer a los dragones —expresó abuelo Jonathan—. Recuerden que
ellos lucharon contra esas bestias... Bueno, aunque fue con la ayuda de
Arthura.
—Yo digo —sonó
la voz de Mark—, que si Merlín no viene pronto, vayamos a la cueva e intentemos
acabar aunque sea con una de esas malditas bestias... ¿Por qué no miras en el
cristal, quizás Merlín haya venido sin darnos cuenta?
Aunque era poco
probable esa suposición, busqué en el morral el cristal, solo para salir de la
duda. La gema permanecía desierta de aquel resplandor caleidoscópico que la
caracterizaba. La llevé por encima de mi cabeza y lo llamé en tres veces, pero
el cristal dormía profundamente.
—Ya ves, Merlín
no está, y estoy seguro que él nos avisará cuando vuelva —dije, guardando la
gema en su lugar.
Para nuestra
desgracia, el mago blanco no dio señales tampoco en los siguientes dos
días.
—No me gusta
para nada este silencio —dijo abuelo Jonathan preocupado—. Pronto creeré que
debemos hacer algo por nosotros mismos como dice Mark. Pero no lo sé...
También yo
comenzaba a tener la misma idea. La causa de mi desasosiego seguía siendo
Alana. Aunque ella insistía en esperar el regreso de Merlín.
Había pasado
algunas horas tratando de que Asghar reaccionara a mis órdenes. Mi habilidad
con ella seguía sin variar, la manipulaba como un guerrero experimentado, pero
sabía que algo diferente existía. No solo eran la ausencia de las
inscripciones, sino una rara sensación, como si el vínculo que me unía al hacha
no estuviera.
Me levanté de la
roca donde me hallaba sentado desde hace una hora en aquella absoluta
contemplación del arma, y me dirigí a un cierto punto; observé y encontré unos
árboles que me resultaban adecuados para lo que tenía en mente. Tomé con
firmeza por la empuñadura a Asghar, fijé la vista en el tronco de un árbol
situado como a treinta y cinco o cuarenta metros, y arrojé el hacha con fuerza.
Esta giró velozmente produciendo un leve zumbido, y se clavó firmemente en la
corteza, despidiendo algunas astillas. El golpe de la hoja con el madero sonó
en mis oídos con un eco. Extendí la mano en dirección del árbol, queriendo
atraer Asghar a mí nuevamente. Me concentraba tanto que los dedos me comenzaron
a temblar y el hacha no se movió ni un milímetro tan siquiera.
—Yo lo he
intentado también —dijo Mark. Él estaba atrás de mí y se paró a mi lado—. Nada
parece resultar. Están dormidas —dijo con la misma convicción de un perito en
la materia de lanzar hachas catatónicas.
Yo suspiré con
desaliento y fui hasta el árbol. Tras dar un enérgico tirón del mango,
desencajé el filo de la corteza y volví donde Mark.
—Si Merlín no
viene...
—Sí, yo también
lo estoy pensando seriamente —le interrumpí—. Pienso que es mejor no esperar
más y enfrentar a los dragones con lo que tenemos.
—Lo difícil será
convencer a Alana.
—Sí, déjame
hablar con ella. Ella es razonable y lo entenderá.
Unos minutos
después, en que teníamos todo listo para internarnos en la cueva de los
dragones...
—Definitivamente
no me parece la idea —dijo Alana, frunciendo el ceño—. Sin vuestras hachas con
todo su poder, no saldremos bien. No quiero decirte luego que te lo dije...
Pero si todos estáis de acuerdo, no os daré la espalda, Danny.
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