miércoles, 27 de diciembre de 2017

Capítulo Trece

El reino de los hombres (Fragmento)


Reconocí en aquel hombre el uniforme usado por los caballeros del medioevo —o de alguna época cercana—: cota de malla, casco de hierro, túnica de colores ocres y verdes, botas de cuero y pantalones poco holgados. Sus cabellos, barbas y ojos negros como el carbón me hicieron suponer que no se trataba de un sajón. 
—No eréis de estas tierras, elfina —afirmó Xandre—. ¿Eréis entonces de las otras tierras que mencionasteis..., de Britania o Irlanda? 
—Así es, no somos de estas tierras —respondió Alana—. Y solo venimos por poco tiempo. —Ella miró de reojo a nuestro alrededor, y dijo—: Veo que vuestros hombres han regresado por vos.
Ni Alana ni yo cogimos las armas; las espadas se mantenían en sus fundas.
—Ya te dijimos que no somos tus enemigos —dije, mirando a los hombres que brotaron de entre la broza y nos apuntaban con sus flechas—. Diles eso a tus hombres.
Xandre les dio un escueto vistazo antes de levantar la mano para indicarles bajar las armas. 
—Bien... Digamos que vosotros dos no sois mis enemigos, pero los demás de tu clase sí lo son —replicó el caballero motivado por la presencia de Alana, entregando su arco a uno de los soldados—. No recuerdo vuestros nombres.
—No os dijimos —contestó Alana—. Mi nombre es Alana, hija de Berdic, rey elfo de Khenarda.
—Y el mío es Daniel.
Xandre entornó los ojos como preguntándose algo a sí mismo.
—Recuerdo que dijisteis que ella es una reina —Xandre dirigió sus palabras a mí. Luego dijo, volteando con alguna renuencia hacia Alana—: Disculpad si os traté de modo indebido, pero, por el momento, no he tenido contacto con la realeza de los bosques, sino solo con las flechas de sus guerreros... Umm, sí... Por otro lado, no conozco a vuestro padre, Berdic, ni tú reino... ¿Khenarda?... Del que he oído hablar se llama Tuxégora y se cree el señor de estos bosques... más todo esto, hasta donde vuestra vista logra ver y aún más lejos, es del rey Breogán... es por eso de nuestras disputas... —El caballero resopló por la nariz—. Bien, si alguna vez vosotros dos decidís visitarme, eréis bienvenidos. Mi castillo está a vuestra disposición. Si os dirigís al este por siete leguas, lo encontraréis.
—¿Cómo sabremos que no nos recibiréis como hoy, señor? —interrogó Alana con una ironía poco sutil.
Xandre sonrió, ignorando el sarcasmo de Alana. 
—Prometo que os recibiré con mejores maneras la próxima vez —sonrió nuevamente.
El caballero dio un paso atrás y se apartó para alejarse junto con su gente, desapareciendo de nuestra vista, regresando al claro donde lo esperaban otros guardias a caballo y a pie.
—Será mejor volver antes que nos extrañen —dije.
Emprendimos el regreso al campamento. 

—Par de tortolitos, ¿adónde se habían metido? —dijo Jenny—. Comenzábamos a pensar que algo les había ocurrido.
—No, únicamente conocimos a un nuevo personaje de la realeza, un tío llamado Xandre —expliqué—. Pero ya se ha ido.
—¿En serio? Me hubiera gustado mucho haberlo conocido —dijo Jenny, un tanto desilusionada—. Un verdadero caballero del medioevo. 
—Tal vez podría ayudarnos a vencer a los dragones —expresó abuelo Jonathan—. Recuerden que ellos lucharon contra esas bestias... Bueno, aunque fue con la ayuda de Arthura.
—Yo digo —sonó la voz de Mark—, que si Merlín no viene pronto, vayamos a la cueva e intentemos acabar aunque sea con una de esas malditas bestias... ¿Por qué no miras en el cristal, quizás Merlín haya venido sin darnos cuenta?
Aunque era poco probable esa suposición, busqué en el morral el cristal, solo para salir de la duda. La gema permanecía desierta de aquel resplandor caleidoscópico que la caracterizaba. La llevé por encima de mi cabeza y lo llamé en tres veces, pero el cristal dormía profundamente.
—Ya ves, Merlín no está, y estoy seguro que él nos avisará cuando vuelva —dije, guardando la gema en su lugar. 
Para nuestra desgracia, el mago blanco no dio señales tampoco en los siguientes dos días. 
—No me gusta para nada este silencio —dijo abuelo Jonathan preocupado—. Pronto creeré que debemos hacer algo por nosotros mismos como dice Mark. Pero no lo sé...
También yo comenzaba a tener la misma idea. La causa de mi desasosiego seguía siendo Alana. Aunque ella insistía en esperar el regreso de Merlín.

Había pasado algunas horas tratando de que Asghar reaccionara a mis órdenes. Mi habilidad con ella seguía sin variar, la manipulaba como un guerrero experimentado, pero sabía que algo diferente existía. No solo eran la ausencia de las inscripciones, sino una rara sensación, como si el vínculo que me unía al hacha no estuviera. 
Me levanté de la roca donde me hallaba sentado desde hace una hora en aquella absoluta contemplación del arma, y me dirigí a un cierto punto; observé y encontré unos árboles que me resultaban adecuados para lo que tenía en mente. Tomé con firmeza por la empuñadura a Asghar, fijé la vista en el tronco de un árbol situado como a treinta y cinco o cuarenta metros, y arrojé el hacha con fuerza. Esta giró velozmente produciendo un leve zumbido, y se clavó firmemente en la corteza, despidiendo algunas astillas. El golpe de la hoja con el madero sonó en mis oídos con un eco. Extendí la mano en dirección del árbol, queriendo atraer Asghar a mí nuevamente. Me concentraba tanto que los dedos me comenzaron a temblar y el hacha no se movió ni un milímetro tan siquiera.
—Yo lo he intentado también —dijo Mark. Él estaba atrás de mí y se paró a mi lado—. Nada parece resultar. Están dormidas —dijo con la misma convicción de un perito en la materia de lanzar hachas catatónicas.
Yo suspiré con desaliento y fui hasta el árbol. Tras dar un enérgico tirón del mango, desencajé el filo de la corteza y volví donde Mark.
—Si Merlín no viene... 
—Sí, yo también lo estoy pensando seriamente —le interrumpí—. Pienso que es mejor no esperar más y enfrentar a los dragones con lo que tenemos. 
—Lo difícil será convencer a Alana.
—Sí, déjame hablar con ella. Ella es razonable y lo entenderá.

Unos minutos después, en que teníamos todo listo para internarnos en la cueva de los dragones...

—Definitivamente no me parece la idea —dijo Alana, frunciendo el ceño—. Sin vuestras hachas con todo su poder, no saldremos bien. No quiero decirte luego que te lo dije... Pero si todos estáis de acuerdo, no os daré la espalda, Danny. 

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